miércoles, 1 de julio de 2020

Compañeros de encierro


No todo estuvo mal en estos meses de encierro en nuestras casas, obligados a romper con nuestro entorno y a renunciar a nuestras fuentes habituales de placeres sociales. No hubo escapadas al café mañanero ni a la cañita de la tarde, ni más posibilidades de recorrer mundo que el que pudiéramos descubrir desde el sofá de nuestra habitación, pero a cambio se nos ofreció tiempo en abundancia para llenar. Y aquí tengo que escribir en primera persona, porque el mundo que uno busca no es el mismo que busca otro, y el placer que proporciona un hallazgo puede que sea solo indiferencia para los demás. Harto de la tecnología y de sus aplicaciones, he preferido acudir a mis estanterías para encontrarme de nuevo con aquellas lecturas, algunas ya lejanas, que dejaron alguna huella en mí. Releer es un ejercicio saludable y suele resultar sumamente placentero, como lo es cualquier reencuentro deseado. Han desaparecido los prejuicios y los resabios que pudo haber en el principio; ahora van a asomar matices y aspectos que pasaron inadvertidos, quizá ocultos por el interés otorgado al argumento. El libro, evidentemente, no ha cambiado, pero el lector sí. Y ahora que lo relee se da perfecta cuenta de ello.
He aprovechado las largas horas de reclusión para verme de nuevo con viejos conocidos, por ejemplo, de Galdós, al hilo de su centenario: con la fuerte y delicada Tristana, o con Nazarín, bondadoso, consecuente, generoso en su miseria, una de las figuras literarias más atractivas que pueden encontrarse. También he vuelto a Cervantes, porque su voz siempre me resulta cálida y acogedora; esta vez me acompañaron la Gitanilla, Monipodio, Tomás Rodaja y todos los personajes que desfilan con su carga de humanidad a cuestas por las Novelas ejemplares. Volví a coger Antígona, que siempre me deja un no sé qué de inquietud ante el triunfo aparente del poder arbitrario sobre la dignidad y la conciencia, aun sabiendo que su muerte va a demostrar justamente lo contrario. Sería largo seguir.
También el cine. Ver de nuevo algunas películas es un hecho gratificante y descubrir algunas perlas aún más. Me pasó con Umberto D., una cinta de hace setenta años que parece pensada para estos tiempos. Pocas veces la soledad, la incertidumbre y la indiferencia ajena se vistieron de imágenes tan poderosas como las que De Sica nos ofrece en este conmovedor retrato de un hombre que ve cómo se renueva a cada momento su carga de desesperanza. O Aquella casa en las afueras, una joya del cine español, o La hora incógnita, por poner solo tres ejemplos. No, no fue todo tiempo perdido en el encierro.

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