miércoles, 4 de marzo de 2020

Miedo global

La llegada del coronavirus, como antes la del ébola, las vacas locas, la peste y tantas otras, ha revuelto otra vez los temores y alterado el vivir de media humanidad. Creemos que tenemos un poder casi infinito sobre el mundo que nos rodea, que nada nos pone límites, que somos capaces de modificar el clima de la Tierra y hasta de destruirla, y aparece un ser microscópico, que está en el borde mismo de la vida, y nos deja sin saber qué hacer. Estamos sujetos a hilos azarosos que nos mueven sin lógica alguna. Nuestro propio caminar por este largo sendero que viene de la nada y se pierde en lo más profundo del infinito, no es más que una continuada secuencia de manifestaciones del azar. Incluso nosotros mismos quizá no seamos más que uno de los infinitos acontecimientos probables que pueden producirse en el universo. Probabilidad que en el caso particular de cada uno de nosotros se ha visto realizada, pero que no es más que una entre el número incontable de las que han podido ser y no fueron. Pero nunca dejaremos de estar a expensas de cualquier factor desconocido que nos recuerde nuestra verdadera dimensión.
El único poder que tenemos es el de saberlo. Al concepto de azar se han contrapuesto otros que tratan de eliminar de él su connotación de caos. Contra el azar se han elevado los conceptos trascendentes de determinismo, destino, predestinación o Providencia. También otros de carácter voluntarista: no existe el azar, porque entonces no habría tantas injusticias, ya que el azar no tiene preferencias y reparte ciegamente, y ya se ve que no es así. Pero sea cual sea lo que rige la gran norma universal, nuestra situación es la misma: la de estar sometidos a un sistema absolutamente ingobernable para nosotros, en el que solo podemos intervenir en parcelas infinitesimales en relación con el gran todo, aunque de cierta importancia para nuestro pequeño campo. No es una fuerza que se pueda atrapar en un algoritmo, ni siquiera un concepto que se acomode fácilmente en la lógica de nuestro entendimiento; es algo que nos impone su capricho y que jamás cuenta con nosotros. Conocerlo y aceptarlo es nuestra única respuesta. Alegrarnos cuando sonría y tratar de paliar sus efectos cuando cause dolor, pero teniendo la certeza de que no somos más que corchos zarandeados por olas caprichosas que no podemos ni siquiera atisbar. Cualquier bichito que hasta ahora no conocíamos nos pone de repente en nuestro sitio y nos recuerda nuestra fragilidad. Lo único bueno es que también nos da la medida de nuestra capacidad de defendernos mediante el avance de nuestro conocimiento.

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