miércoles, 11 de marzo de 2020

Cada vez menos libres

Volver la vista atrás, hacia esa madre de todas las añoranzas que es la infancia, tiene el riesgo de caer en ellas, un riesgo del que el que esto escribe quiere librarse a toda costa. Las añoranzas tienden a generar sensaciones deformadas mediante el implacable proceso de depuración que se deriva de la parcialidad de nuestra memoria. Y, como consecuencia, a establecer comparaciones, otro riesgo a evitar. La infancia, quizá más que cualquier otra etapa de la vida, se vive en primera persona. Cada uno tiene la suya definitivamente marcada, como un sello que acompañará a la carta durante todo su recorrido hasta llegar a su destino. Acaso los que estén viviendo ahora esa etapa tengan otras sensaciones desconocidas por quienes ya hace tiempo que la dejamos atrás. En la mía, la que prima sobre todas es la de libertad. Puede sonar extraño o puede que se haya debido a unas circunstancias concretas, o puede -incursión atrevida en la sociología- que la libertad del niño haya ido recortándose a medida que aumentaba la de los adultos, el caso es que aquella fue una infancia sin demasiadas cortapisas en lo que se refiere al tiempo libre, que era mucho. Ahora que todas las diversiones están organizadas y reglamentadas desde arriba, que cualquier actividad lúdica exige un recorrido burocrático, ahora que los niños han de jugar en espacios controlados y con artilugios concebidos y creados por otros, uno ve su infancia como una continua sucesión de iniciativas, sin más límite que el consenso con los amigos. Una niñez en la que nadie nos decía dónde debíamos jugar a la pelota ni dónde montarnos nuestra hoguera de San Juan. Libertad para movernos por el entorno a nuestro antojo, lejos de las miradas de nuestras madres, aunque respetando la hora impuesta para el regreso, que era al anochecer. Libertad para inventar y crear nuestro mundo. ¿Seguridad? Algún descalabro que otro no era un gran precio por aquella sensación de libertad.
Estos tiempos son otros y nos parece impensable todo aquello. La evolución de los usos sociales y la cascada de normas y leyes que nos han caído encima lo harían ahora imposible, pero cabe plantearse algunas preguntas. ¿Caminamos realmente hacia una vida más libre? ¿De verdad creemos que tenemos cada vez más capacidad de usar nuestro pensamiento y de modelar nuestra opinión? ¿Nos damos cuenta de que todo son intentos de dominar nuestra voluntad? De cada reunión del Gobierno sale siempre alguna nueva prohibición o alguna nueva obligación. Solo nuestro personal espacio interior es irreductible, y qué importante es mantenerlo.

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