miércoles, 18 de marzo de 2020

En clausura

Pues ya estamos aquí, confinados en nuestro particular régimen de clausura, a resguardo no de las acechanzas del demonio, el mundo y la carne, sino de un virus que anda por ahí desatado en busca de cualquier alojamiento. Bueno, al fin y al cabo la primera reacción ante una plaga es tratar de esconderse de ella para que no nos vea. Los personajes del Decamerón se alejaron de la ciudad y se marcharon al campo, donde cada tarde se reunían a la sombra de una fresca arboleda para contarse historias que les sirvieran de entretenimiento y olvido de la realidad, en espera de que la maldita peste se olvidara de ellos. Nuestra arboleda es la casa y nuestros entretenimientos los que nosotros queramos, que si algo tenemos en estos tiempos en abundancia son artilugios para pasar el rato. Y si no, en el silencio de las calles desiertas, en el dulce vacío que nos deja la ausencia de motos y demás artefactos estruendosos, podremos acaso oír el canto de algún pájaro perdido o, en todo caso, experimentar sensaciones inéditas. Si la ciencia aún no es capaz de darnos todas las soluciones, busquemos un remedio fuera de ella, aunque solo sea en lo que se refiere al espíritu.
Estamos en retiro claustral, dentro de lo que cabe, y seguramente lo primero que sentimos es una percepción distinta de la dimensión del tiempo. Más denso, menos apresurado, más generoso en su oferta de posibilidades y quizá también más difícil de ocupar. Una estupenda posibilidad de aprovecharlo mirando hacia dentro en busca de esas reflexiones que casi nunca nos hacemos. Ojalá nos sirva, por ejemplo, para adquirir una perspectiva que nos ponga en su sitio la medida de nuestras continuas quejas por todo, que nos sitúe en la evidencia de que vivimos en un ámbito nacional envidiable y que un poco más de autoestima y un mucho menos de autoflagelación nos haría más felices.
Según la ley que rige el universo, también los malos tiempos pasan. En la epidemia de la peste negra, cuando acabó la pesadilla, la sensación de alivio fue tan grande y generó un deseo de vivir tan intenso que se originó una nueva sociedad; nació el Renacimiento. También nosotros saldremos fortalecidos, no hay duda. La desgracia quiere un corazón fuerte y hay que pensar que lo tenemos. Cuando las calles sean otra vez nuestras y el virus sea solo un mal sueño, sentiremos un ánimo renovado y nos daremos cuenta de que estos días han servido para algo, aunque solo sea para regalarnos la experiencia de haber vivido una excepción. Y a lo mejor hasta puede que aumente la natalidad.

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