miércoles, 6 de noviembre de 2019

Ayer y hoy

Ya sé que las miradas al pasado despiertan escaso interés y que hasta son vistas con piadosa condescendencia por la nueva generación de progres que dividen la historia de la humanidad en antes y después de la llegada de twiter. No obstante, conviene de vez en cuando aparcar el presente y mirar el camino recorrido. Sobre todo ahora que da la impresión de que algo se está nublando. Una ola de insatisfacción parece invadirnos sin remedio; se extiende una sensación de desesperanza, como si viviésemos en el peor de los mundos y estuviésemos condenados a no salir de él. Nos envuelven el pesimismo y el tono fatalista que emiten machaconamente los medios. Sí, sería una saludable terapia colectiva detenerse a mirar hacia atrás, no hace falta que sea muy lejos, para situarnos mejor en la realidad en que ahora estamos. Si se saben establecer las relaciones adecuadas entre su momento y el de ahora, los recuerdos son una gran fuente de conocimientos. Nos sirven, por ejemplo, para ser conscientes de lo que hemos conseguido y para establecer comparaciones que nos ayuden contra las frustraciones y los pesimismos con que nos nutren cada día.
A cualquiera de mediana edad que mire su infancia, sobre todo si vivía en las zonas rurales, le será fácil recordar, por ejemplo, cómo era la vida cotidiana de la mujer. Para los más viejos, la imagen de ella que seguramente predomina de aquellos años es la de un continuo quehacer sin respiro, con las piernas y la espalda eternamente doloridas. La mujer planchando con aquellas pesadas planchas de hierro que se calentaban sobre la chapa de la cocina; arrodillada en el suelo fregando con estropajo y arena el piso de madera; trayendo los calderos de agua de la fuente; caminando hacia el lavadero con el pesado balde a la cabeza para lavar a mano la ropa de trabajo de los hombres. En su jornada no había horario ni fiestas. Comenzaba levantándose antes que los demás para preparar el desayuno de quienes iban al trabajo, y a partir de ahí no había descanso. Nada que ver con la de hoy.
Es frustrante saber que hemos progresado mucho, que conseguimos metas que serían ciencia ficción para nuestros abuelos y que, sin embargo, no hemos avanzado nada en nuestra ansia de ser felices. El paso del tiempo ha impuesto un contraste abismal entre lo que tuvimos y lo que tenemos, sin que seamos capaces de verlo. Nos seguimos sintiendo descontentos, criticándolo todo y renegando de cualquier cosa, casi por acto reflejo. Nos afecta con intensidad la oposición entre lo que tenemos y lo que deseamos, aunque no sabemos exactamente qué es lo que deseamos; si lo alcanzáramos aparecerían otros deseos. Es como perseguir una sombra, pero hemos renunciado a la idea de que quizá todo consiste en dejarla en paz y no correr tras ella. El caso es que, con todo lo que es susceptible de mejorar, vivimos en uno de los mejores países posibles, y sería casi perfecto si algunos de nuestros representantes públicos, en vez elegir la carrera política, se hubieran dedicado a cultivar sandías, por ejemplo. Harían algo más acorde con sus capacidades.
Ahora va a haber nuevas elecciones y es otra esperanza. Pero hay que acertar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gran articulo,!