miércoles, 20 de noviembre de 2019

Progresistas

Sobre todo progresistas. No se les cae de la boca esta palabra a la nueva pareja que ha convertido su hasta ahora arisca relación en un tierno idilio, con abrazo público incluido, para pretender gobernarnos. En cada discurso la sueltan media docena de veces, aun sin venir a cuento; es como la marca de la casa, que hay que machacar, como se hace con la palabra clave de un anuncio publicitario, para que quede inscrita en el subconsciente del elector. En el fondo no es más que la muestra del escaso nivel al que han conducido a la política algunos de sus representantes.
Nos confunden con las palabras y con las frases elaboradas a propósito para calar en la masa acrítica. En la verborrea incesante que nos abruma desde las tertulias, discursos y entrevistas, las palabras pierden su significado y adquieren el que los intereses políticos deciden en su propio beneficio. Se vuelven ambiguas, huidizas, esquivas, a veces incluso sospechosas; ya no responden al concepto que contenían y del que eran soporte. En un proceso de perversión se las desprovee de su sentido etimológico para adaptarlas a la ideología correspondiente y poder utilizarlas como instrumentos a su servicio. Quizá, de todas ellas, la más castigada en su significado es la de progreso. Su origen latino le otorga una etimología muy clara -de progredior: avanzar, ir hacia delante-, pero, como a veces ocurre, el manoseo constante al que se la somete y su empleo partidista han privado de valor a su definición.
Progresar no es en sí mismo ni bueno ni malo si no se dice hacia dónde se progresa. También progresa la enfermedad. Y aún reduciendo su significado al de ir hacia adelante mejorando, sería dudoso que pudiera aplicarse a las ideas que defienden los partidos que se llaman progresistas. Es discutible que pueda llamarse progreso, por ejemplo, a matar a un hijo antes de nacer, algo que ya se practicaba hace miles de años; en este caso más bien cabría hablar de regreso; no entremos en su contenido moral, que eso pertenece al ethos de cada comunidad; quédese aquí en su aspecto semántico. ¿Se puede llamar progreso al empeño de volver a la división de lo que el largo proceso de los siglos unió y tratar de deshacer la nación para regresar a las divisiones medievales del terruño? ¿Tiene algo de progresista la vuelta al desaliño, la grosería y el mal gusto? ¿Puede hablarse de progresismo en actitudes que, si se miran bien, no son más que una moda, una ambición de poder o un cultivo de intereses?
Como la mayoría de autodefiniciones que hacen los políticos, esta de progresista es hueca y aparente, buscando solo aprovechar la hermosa eufonía de la palabra para que quede en la mente de los votantes. Quizá la palabra progreso no sea fácilmente aplicable en los campos en los que la subjetividad se convierte en esencia y sustancia y sólo quepa hablar de progreso en lo referido a la ciencia y la técnica. O tal vez el verdadero progreso sea el que hace avanzar los ideales éticos, las normas morales, la convivencia y el respeto a los demás. Pero en fin, seguiremos oyendo a algunos políticos proclamarse progresistas a cada paso.

3 comentarios:

Jesús Ruiz dijo...

Brillante,no se puede explicar mejor.

Anónimo dijo...

Mas razón que un santo

Una admiradora dijo...

Una admiradora incondicional piensa que si la gente se dedicara a leer con detenimiento sus artículos, les serviría para enriquecer sus pensamientos e incluso aclarar ideas. Es un placer leerle señor Tejón.