miércoles, 3 de julio de 2019

Un mundo de sal

Cámara de los Duendes, homenaje a los enanos buenos,
que avisaban a los mineros del peligro.
Debe de ser el museo del mundo que más escondidos tiene sus tesoros: en lo profundo de la tierra y sin posibilidad de separarse nunca del entorno del que han sido creados. Lo de Wieliczka es una de esas cosas que ni el viajero más avezado puede ver con frecuencia. Descubrir a 135 metros de profundidad un universo insospechado de figuras de sal, hechas por los propios hombres de la mina, ver aquel mundo subterráneo de oscuridad y angustia convertido en un escenario mágico de luz e imágenes, entre lagos de aguas inmóviles y misteriosas galerías, no es en absoluto frecuente. Wieliczka se encuentra cerca de Cracovia, en la Polonia más profundamente polaca, y lo cierto es que no sería nada si no fuera por la presencia, desde hace 700 años, de las minas de sal más importantes y famosas de Europa. El pozo tiene nueve niveles; su profundidad máxima es de 340 metros y sus galerías alcanzan una longitud de casi 300 kilómetros. Las de los tres primeros niveles están abiertas al público. En el nivel V, a 211 metros de profundidad, se encuentra un sanatorio para enfermos de asma, que aprovechan las propiedades curativas del microclima de la mina. Por haber en este universo de fantasía hay hasta un campo de deportes.
Pero lo realmente espectacular de este mundo subterráneo es el trabajo realizado con los bloques de sal. Hay cientos de cámaras decoradas con conjuntos escultóricos de temas diversos; escenas y personajes de la historia o la leyenda de Polonia, motivos universales, como un enorme belén, objetos y figuras humanas aparecen ante los ojos sorprendidos del visitante como si estuvieran esperándole. Copérnico, el rey Casimiro, enanos, los quemadores de metano. La cámara de la Gran Leyenda escenifica la devolución a la princesa Kinga del anillo que había arrojado a un pozo y que sirvió para descubrir la mina. Todo, hasta las arañas que cuelgan del techo, está esculpido en sal. Sorprende el realismo de los rostros y de las actitudes. La textura salina da a las expresiones una frialdad distante, a la vez que una impresión de poderosa serenidad, como de alguien que se ha preparado para la eternidad. La mujer de Lot, la única congénere conocida, no tendría aquí cabida. Demasiado fina, demasiado blanca, demasiada sorpresa en sus ojos curiosos. Los personajes de Wieliczka, quizá porque el Hades no permite miradas perdidas, saben que han renunciado a las fuentes de la vida, el sol y el agua, y parecen compadecerse del visitante, que los necesita.
La sal tiene un color verdegris y es dura y compacta. El aire es extremadamente seco, porque el mayor enemigo de la sal es el agua; de este modo, la madera de las entibaciones es incorruptible. Los lagos son verdadera salmuera; su saturación de sal alcanza niveles únicos. Las galerías se extienden en todas direcciones, formando un laberinto del que resultaría muy difícil salir. Nos dicen que a la mina ya no le falta mucho para agotarse, o al menos para dejar de ser rentable, pero que seguirá abierta al turismo, y hasta es posible que ofrezca una mayor rentabilidad.
Cuando el visitante vuelve de nuevo a la luz de la superficie, no siente esa envolvente sensación de libertad que le sacude cuando sale de otras minas. Más bien le embarga un cierto sentimiento de nostalgia por lo que ha dejado en las entrañas de la tierra. Porque, en definitiva, ha vuelto a la vulgaridad.

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