miércoles, 24 de julio de 2019

Aquella noche de luna

Está ahí al lado, a algo más de un segundo/luz, una distancia tan ridícula en el Universo que preferimos expresarla en kilómetros, y sin embargo es el viaje más largo que ha logrado hacer el hombre en toda su historia. Casi un viaje de familia, porque en definitiva no fue más que visitar un pedazo de nosotros que prefirió seguir su propio camino aun a costa de quedarse sin el azul del mar y sin la vida misma. Ay, Luna, cuántas cosas perdiste en aquella noche de hace cincuenta años, en que supimos de una vez para siempre que no mereces la pena. Estabas en tu cuarto creciente, en la que quizá fuera tu última noche de musa de poetas y anhelo de enamorados, acompañándonos en aquellas horas vacías de sueño, sin percibir que la niña de ojos vivos que vierte fuego blanco, que dijo el poeta, estaba dejando de ser doncella para convertirse en un cadáver descarnado, hecho tan solo de polvo y piedra. Qué decepción después de tantas miradas interrogantes, de tantos suspiros resignados y tantas interpelaciones como compañera intemporal de nuestras vidas. Esa noche supimos que la belleza exige distancia y que la sugerencia, sobre todo cuando está hecha de luz, siempre es más sugestiva que la realidad.
Seguirás alzándote rotunda sobre nosotros, seguirás siendo testigo indiferente de nuestras noches en vela y hasta seguiremos tratando de buscarte en el mismo jardín, como cuando te teníamos por confidente y diosa, pero ya hemos dejado de preguntarnos qué misterio se oculta en la palidez de tu resplandor y si alguna vez has cobijado algún latido en esa hermosa casa que nos enseñas, porque esa noche también confirmamos la absoluta soledad que te habita. Seguirás moviendo cada día el mar a tu capricho y siendo para nosotros tan inalcanzable como siempre, suspiro de toros enamorados y desesperación de pinceles ambiciosos, y te seguiremos teniendo como esa pequeña compañera que hace que no nos sintamos tan solos en la inmensidad que nos rodea, pero tu hechizo se nos ha quedado roto para siempre.
Quizá nunca la ciencia llegó tan lejos en su papel de romper hechizos, pero es eso, ciencia. Has sido utilizada como demostración de nuestra capacidad para asomarnos al universo insondable. Aquella noche perdiste casi todo lo que tenías y en cambio nosotros ganamos la certeza de nuestra capacidad de enfrentarnos a lo hasta entonces impensable y una autoafirmación de nosotros mismos como especie trascendente. Por primera vez habíamos puesto los pies sobre algo que estaba fuera de nuestro planeta, aunque fuese en esa cercana y humilde compañera que nos sigue en nuestro eterno girar en torno al sol. Y ganamos también en conocimientos técnicos que dieron un impulso a nuestro progreso posterior en muchas ramas científicas, en experiencia para futuros objetivos espaciales y en especulaciones racionales sobre la normalización de los viajes y hasta sobre una futura colonización. Pero eso no importa. Tu imagen en medio de la oscuridad es la de nuestro destino. Te seguiremos mirando cada noche, y tu brillo reflejado en el agua de un charco de lluvia seguirá siendo una buena metáfora de nuestra existencia.

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