miércoles, 27 de marzo de 2019

El Museo del Prado


En la difícil búsqueda de cualquier tipo de consenso, de lo que tenemos evidencias cada día y en cada materia, apenas contamos con elementos que conciten por unanimidad los mismos sentimientos de respeto, protección, conciencia de su valor y necesidad de mantenerlo al margen de todo manoseo. Un acuerdo tácito en que no le toquéis, que así es la rosa. Todo, hasta lo más inocente, es susceptible de pelea y rifirrafes, aunque no sea más que para no dar la razón al otro. El campo donde más visible se hace, por supuesto, es el político, pero abarca hasta los rincones más pequeños de la sociedad. Por eso se hace doblemente valioso mantener fuera del alcance de toda lucha partidista todo aquello que representa lo más importante de nuestra esencia histórica y nuestra identidad como nación; esas instituciones que guardan lo que nos define y lo mejor que hemos hecho, como el Museo del Prado o la Biblioteca Nacional.
El Museo del Prado viene a ser la encarnación visual de una larga trayectoria histórica, en la que se funden todos los avatares relacionados con la vida, la estética, la cultura y la autoestima del país; un centro que guarda una completa manifestación de la fuerza creativa de nuestra nación y de nuestro entorno, un punto de irradiación de lo mejor que hemos sido y un testimonio insustituible de nuestra dimensión cultural. Cumple ahora doscientos años, en los que ha logrado convertirse en uno de los grandes museos del mundo, no tanto por la extensión de su nómina, pues no se trata especialmente de un museo enciclopédico, sino por la inigualable calidad de su conjunto. En sus paredes cuelgan algunos de los cuadros más emblemáticos de la historia universal de la pintura, y muchos grandes artistas tienen en él la representación más amplia de sus obras: Velázquez, Rubens, Goya, Tiziano, Murillo, Ribera, El Bosco, Patinir, Maíno, El Greco, Teniers, Brueghel, etc.
Como a otras grandes pinacotecas, al Prado puede irse con cualquier predisposición, que a todas va a satisfacer. Todos, busquen lo que busquen, tienen su oferta; todos encuentran un motivo de reflexión ante un tema o de admiración ante su resolución formal. Una visita a sus salas es una caminata repleta de belleza a través de todas las pasiones, miserias y grandezas del ser humano, envueltas en el envoltorio de la genialidad. Los temas se acumulan ante el espectador para que pueda elegir entre simplemente recrearse en los aspectos externos de dibujo, luz y color, que también es una forma de disfrute, o hacerlos suyos y tomarlos como motivo de reflexión: la brevedad de la vida y el triunfo de la muerte, en Brueghel; el erotismo como agente creador en la Dánae tizianesca; el sentido de la vida convertido en alegoría en El Bosco; la perfección y serenidad de la mirada velazqueña, capaz de dignificar la deformidad; las negras visiones que nos rondan, en Goya; las costumbres populares y la vida cotidiana en tantos; la emoción religiosa en muchos; la interpretación de los grandes hechos históricos; el recreo de los sentidos; la alegría de la luz y el colorido venecianos; la contención y el equilibro renacentistas. Sería inagotable la lista de posibilidades de remover sensaciones que se nos ofrece desde el tiempo detenido.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué gran artículo y qué de acuerdo con usted. Siempre leo con interés sus entradas, pero este especialmente me ha encantado por encima de las demás, quizá porque sucribo cada palabra de lo que ha escrito.

Anónimo dijo...

Me ha encantado el artículo. Aparte de estar totalmente de acuerdo y de estar tan bien explicado, quizás es que guardo tan buenos recuerdos de ese sitio gracias a que mi padre, un estudioso y devoto del arte, se preocupo de llevarme varias veces.