
La hinchada que se acomoda en la grada es una masa homogénea, que metaboliza y convierte en una sola las diversas individualidades. Nadie va solo al campo, y si lo hace no tardará en asumir todas las propiedades de la suma. Es una masa unida por la ilusión del triunfo, por la visión deformada de sus propias posibilidades y por la convicción de estar participando en algo fundamental en sus vidas, pero también por la necesidad de descargar tensiones, de crearse un sentido de pertenencia, de encontrar una identidad, de sentirse importante por un tiempo y quizá por ser conscientes de estar ante una de las escasas oportunidades que se tienen de subir la autoestima. En todo caso, aglutinada por la pasión, sin importar lo que se pierda. Como justificación pueden aducir la frase de Kierkegaard: "Quien se pierde por su pasión pierde menos que quien pierde su pasión".
River y Boca vienen a ser los habituales dos gallos en el mismo corral, solo que estos son capaces de generar ardores más encendidos. Dicen los que los conocen que los dos tienen una masa social de estrato parecido, los dos tienen su origen en la emigración y unas hinchadas de estructura transversal que no son representativas de una clase social concreta. Y tienen también un largo historial de enfrentamientos fuera del campo, cuya muestra última fue la imposibilidad de jugar el segundo partido de la final en su ciudad. La normalidad con que se disputó en España ha suavizado en cierta medida la fama agresiva de sus aficiones, pero sobre todo ha mostrado, además de la eficacia de nuestras fuerzas de seguridad, una imagen de Madrid como lo que es: una ciudad acogedora, próspera, segura, animada y llena de atractivos.
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