miércoles, 19 de diciembre de 2018

El recuerdo


De todos los recuerdos de infancia que aún mantenía en algún rincón de su memoria, el único que seguía brillando con la misma intensidad de siempre era la Navidad. Tantos años que habían pasado, más de sesenta, y allí seguía, inmune al tiempo y al olvido. Le habían sacado de su tierra en esa edad en que la memoria aún es una nebulosa incapaz de fijar los recuerdos, y llevado a un país lejano, absolutamente distinto del suyo. Allí había vivido su ya larga vida sin ninguna inquietud por mirar hacia atrás, con la absoluta convicción de ser parte innata de él y sin imaginar ni por un momento que pudiese haber tenido un destino de vida diferente. Su único mundo estaba a su alrededor, y en él se habían desarrollado todas las circunstancias de su vivir: el trabajo, las necesidades diarias, la familia, los problemas, los amores. Y sin embargo, allí estaba aquel lejano recuerdo aferrado a lo más profundo de su mente sin debilitarse ni un solo momento; al contrario, con los años había ido adquiriendo unas líneas cada vez más definidas.
Una casa modesta en un pequeño pueblo; un fuego que ardía en la chimenea para espantar el frío de la tarde; los cristales empañados, pero dejando adivinar a través de ellos la blancura de los campos nevados. Su madre trajinando en la cocina y su padre tratando de colocar una guirnalda que había conseguido en algún sitio. Solitario el camino y silencioso el aire, adormecido el pueblo, sin más señal de vida que las pequeñas columnas de humo que salían de las chimeneas. Olía como pocas veces en la casa; a carne guisada y a arroz con leche. En la mesa se había puesto el mantel de tela. Y algo que no había vuelto a ver pero que jamás había olvidado: turrón. Luego, juegos, cánticos que hablaban de pastores, creía recordar, la visita de algún vecino que venía felicitar las fiestas. A medianoche, todos juntos a la misa en la iglesia, adornada para la ocasión. Esa noche se sentía importante porque se acostaba muy tarde. Al día siguiente su padre le llevaba a la ciudad a ver las calles iluminadas y el belén, ante el que se quedaba maravillado. Qué lejos todo aquello. Qué débil el recuerdo, pero qué persistente. Se había resistido toda la vida a morir y ahora se había convertido en una llamada. Tenía que volver para reencontrarse con él y vivir en paz su final. Diciembre acababa de empezar; aún tenía tiempo.
Sin pararse siquiera a descansar tras el largo viaje, subió hasta el pueblo. El recuerdo se fue haciendo más nítido en su mente: la nieve, el camino, el bosque, pero de las casas no salía humo y la soledad lo envolvía todo. Solo un viejo, que le miró con cara desconfiada, parecía ser el único signo de vida. Quizá fuera uno de sus compañeros de la escuela, pero antes de que pudiera hablarle entró en su casa. Fue hasta la iglesia y vio que estaba cerrada y sin ningún adorno. Con la mente confusa echó una última mirada al desolado entorno y emprendió el camino de la ciudad. Las calles estaban animadas, pero su iluminación era ahora una colección de luces sin ningún sentido ni alusión alguna a la fiesta que las motivaba. Buscó el maravilloso belén de su recuerdo; lo habían convertido en una maqueta de la ciudad. Dio la vuelta con una dolorosa sensación de pérdida, pero prometiéndose que jamás dejaría que su querido recuerdo desapareciese.

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