miércoles, 7 de noviembre de 2018

Ese que somos

Ese ser que habita en nosotros nos dice a menudo que no está contento consigo mismo. Protesta, se enfada, a veces acusa y otras rumia su resignación porque no le gusta lo que encuentra cuando se mira a sí mismo, y sin embargo se ve incapaz de modificar alguna de las líneas fundamentales que le hacen ser como es. Día tras día se asombra, se pregunta, se extraña, se emociona, se desorienta, teme, duda, y sabe que en eso consiste el ejercicio de vivir. Es feliz cuando le aman y cuando tiene a quien amar, y sufre cuando alguien odia lo que él ama. Puede que tenga algunas certezas, pero si las mira una a una quizá se dé cuenta de que todas están relacionadas con la búsqueda del sentido de la vida.
Ese ser que todos llevamos dentro tiene la duda como sello de nacimiento y la penumbra como ámbito. Hay veces en que comprobamos con sorpresa que nos resulta completamente desconocido y no sabemos cómo justificar sus decisiones, ni siquiera sus pensamientos, y en esos momentos no tenemos qué decirle y nos queda un regusto amargo, mezcla de remordimiento y de propósito de enmienda. A veces se inquieta porque descubre todos los días que cada vez entiende menos la realidad en la que vive, pero lo despacha con una displicente seguridad nacida de un esfuerzo, acumulado a lo largo de los años, por armarse de recursos que posibiliten las respuestas. Se ha buscado sus refugios intelectuales y los cuida y fortalece como su elemento más valioso de subsistencia personal.
Ese ser que va con nosotros, y que es todo lo que somos, nos resulta desconocido ante algunas situaciones nuevas, y a su vez le parecen desconocidas a él muchas de las que ve de forma cotidiana. Contempla entre curioso y asombrado los esfuerzos de la sociedad más libre del mundo por imponerse a sí misma un pensamiento único de obligado cumplimiento. La nueva idolatría tiene un dogma central: poner en cuestión todo lo que nos ha traído hasta aquí, incluyendo los afectos, los gustos personales y hasta la dualidad macho-hembra, base de la perpetuación de las especies, en favor de la sublimación de otras situaciones. Y con los años se le va afilando más el rechazo a la ola de vulgaridad que todo lo inunda, esa vulgaridad que alientan, casi como decreto, los nuevos dueños de la mente social: los medios de comunicación.
Ese ser, del que no podemos librarnos, se alimenta de recuerdos, pero también de esperanzas, y sobre todo de la realidad del presente. Y procura elegir, dentro de su medida, la cara más amable de esa realidad. Sabe que la negra hora nos puede llevar sin habernos dado tiempo a pensar que puede matar a traición, y que ante tal lección, cualquier otro trabajo y afán que no sean el de la búsqueda de la felicidad propia y la de los seres que amamos, son asuntos secundarios y de poca monta. Dejar el recuerdo y el amor que se haya podido derramar y, cuando llegue el día, marcharse sin el menor gesto de extrañeza, como el que sabe muy bien que todo viaje tiene un final. Y aceptar que, en definitiva, sólo el tiempo permanece.

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