miércoles, 23 de mayo de 2018

La casita

De decepciones y golpes a la buena fe que todos llevamos de serie se va componiendo la vida, y de sus consecuencias vamos aprendiendo y escarmentando día a día, hasta que en algún momento llegamos a la conclusión de que cuanto antes lo hagamos mejor será. Encontré a mi amigo inusualmente pensativo y con una cierta expresión de perplejidad; no sé por qué me trajo la imagen de uno de esos desengaños literarios que conducen a la melancolía. Mi amigo es votante de la hornada más reciente, un nuevo en la plaza donde se elige el producto preferido del mercado político, y quizá por eso, porque apenas vio nada todavía, aún no se lo creía.
-Nos ha dejado sin palabras. Teníamos en él la referencia de una actitud y por fin la certeza de una respuesta bien sustentada, y ahora qué. La columna era de cera y se ha derretido al primer contacto con la cálida caricia del lujo. Tanto abominar de la casta, tanto criticar a los que huyen del contacto con la calle, tanta palabrería contra los bancos y el sistema capitalista y ya ves. Todo pura hipocresía. En cuanto pudo se hizo uno de ellos.
Mi amigo fue uno de los indignados de mayo que, apenas recién salido de la adolescencia, acampó en la Puerta del Sol, convencido de que iban a cambiar el mundo. Siguió embebido de entusiasmo las arengas de aquel nuevo líder de aire transgresor, coleta larga y palabra verborreica, que transmitía un convencimiento en sus propósitos que a su vez nacía de una visible seguridad en lo que decía. El futuro comenzaría con el asalto a los cielos por parte de los hasta entonces perdedores. Mi amigo lo creyó. No había leído la sentencia de Séneca: 'la elocuencia es un veneno cuando es ella y no la verdad la que apasiona'.
-¿Has visto qué casa? No sabe uno qué le produce más rechazo, si la obscena ostentación que supone o las razones con que intentan justificarla. Qué ideología queda, si en la base del marxismo genuino están la búsqueda de los mecanismos que lleven a una sociedad sin clases y la aversión a la economía de mercado, a la burguesía y a los instrumentos del capitalismo, y todo eso ha sido machacado. Al menos he aprendido a no volver a fiarme de los políticos, sobre todo de los que más presumen de ser de izquierdas, porque los de derechas desde luego son consecuentes; no ocultan sus aspiraciones ni sus propósitos, ni jamás traicionan a su credo capitalista.
Había en su tono ese énfasis del joven que acaba de descubrir algo en lo que no había caído y que sustituye desde ahora a algunas convicciones que tenía.
-Y encima, ese ardid tramposo de preguntar a sus militantes si quieren que dimita o no, obligándolos a elegir entre lo malo y lo peor. Ni siquiera acepta juzgarse a sí mismo. Una pregunta fullera, a la que la mejor respuesta es no contestarla. Seguramente le saldrá bien y en ese caso incluso va a salir reforzado, pero ha quedado desacreditado ante la mayoría. Yo, desde luego, no le votaré más. Ni a él ni a nadie. Me he quedado sin opciones.

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