miércoles, 1 de noviembre de 2017

La conjura de los necios

Durante el juicio de Nürenberg, al salir de uno de los interrogatorios a los jerarcas nazis, el juez comentó con asombro: "Pensar que todo esto lo montó una pandilla de lelos...". Resultaba difícil admitir que las fuerzas negativas del ser humano tuvieran tan enorme capacidad de acción, que el voluble éxito descendiera a convertirse en su aliado y que de la necedad y la estulticia pudiera brotar tanto mal. La indigencia intelectual no era inocua, al contrario; había demostrado tener mucha más fuerza a corto plazo que la más luminosa de las inteligencias, y allí estaban aquellos alienados de cara impasible para confirmarlo.
Los hechos de estos días en Cataluña no tienen ninguna aproximación con aquellos, por supuesto, porque el esperpento es un género que siempre está alejado de la tragedia, pero sí tienen en común la posibilidad de permitir dudar del nivel de la instalación mental de quienes propusieron los objetivos y trazaron las vías para alcanzarlos, y de paso, asombrarse de la inmensa cantidad de fe mostrada por quienes los siguieron con el corazón entregado. Pero ¿de verdad creyeron alguna vez estos iluminados que es posible crear un estado tan fácilmente? ¿De verdad supusieron que podían poner en marcha un nuevo país sin bancos, sin moneda, sin defensa, sin reconocimiento internacional, sin crédito en los mercados financieros, con sus empresas en proceso de fuga y con el principal mercado de sus exportaciones dispuesto a boicotear sus productos? ¿Pensaron en serio que se podía romper la larga y densa historia de un país secular con una reunión atolondrada de medio parlamento regional? ¿Es posible que creyeran que el Estado no iba a defenderse?
Esta absoluta vacuidad mental es lo que da miedo. Cuando el análisis sereno de las consecuencias se sustituye por un ciego voluntarismo sin más base que un voluble soporte sentimental, el final casi siempre es el mismo: el desastre. Ya se sabe que los necios se precipitan por donde los ángeles temen poner el pie. Ir de la mano de los cuperos, junts y demás advenedizos nutridos a los pechos del radicalismo y de una preparación tan refinada como sus pintas, ha traído consecuencias que van más allá de la aplicación de un artículo constitucional. Ha caído una vez más el mito del "seny", ese que a pesar de todo siempre sale a flote sin que se sepa muy bien por qué; han quedado al descubierto las debilidades de una sociedad adoctrinada por las mentiras de sus dirigentes y, aún más, se ha llevado a Cataluña hacia otra nueva sensación de fracaso, uno más dentro de una larga historia marcada por los fracasos. Uno de los maestros del periodismo catalán, Agustín Calvet, Gaziel, catalanista de mirada aguda y templada, dibujó hace ya más de setenta años un retrato de sus gentes que ha demostrado ser intemporal: "El catalanismo es el jugador que siempre pierde. Todo indica que no se trata de un jugador desdichado, sino de un mal jugador, cosa muy distinta. Sólo hará falta que se coloquen silenciosamente detrás de él, a ver cómo juega. No tardarán en descubrir que lanza espadas cuando debería lanzar oros, y envida cuando hay que pasar, y no acierta ni una. Pues bien, ese tipo de jugador es Cataluña".

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