miércoles, 21 de diciembre de 2016

Bella Navidad


Con la noche más larga del año, noche de solsticio y de la Virgen de la Esperanza, entramos en el invierno, y otra vez a cerrar el ciclo anual y a vivir más de puertas adentro y menos al aire que acaricia los cuerpos. Está la luna llena y las noches llevaderas, casi impropias de las alturas del calendario. Y en el ambiente ese aire único de la Navidad, y en las calles el vaivén que trata de satisfacer ilusiones, y en los corazones de buena voluntad una mayor inclinación a ejercerla. Año tras año, siempre repetido y siempre nuevo, como un anhelo de comprobar lo mejor de nosotros mismos, un anhelo que hemos de satisfacer periódicamente para sentirnos bien. En las frases y en los deseos expresados, incluso en los más protocolarios, hay algo más que un simple cumplimiento. Hay una necesidad de afirmación de nuestra condición de seres sociales, que tratan de ofrecer su humilde aportación en forma de deseo para conseguir mejorar el duro día a día.
Sea por su condición de conmemoración del dogma germinal del cristianismo -el Verbo se hizo carne-, o porque lo que se celebra en ella es el nacimiento de un niño, algo que siempre es motivo de gozo, la Navidad es una fiesta bella y alegre, generadora de ilusiones y buenos propósitos, llena de sugerencias y deseos de buena voluntad, necesaria en sí misma, de modo que habría que inventar algo semejante si no existiera. Tanto para el creyente, que ve en el misterio del portal el alimento de su fe, como el que la vive como un simple festejo de convivencia social y familiar, en su nombre se expresan las aspiraciones, aunque sea en modo de simple evocación, a un tiempo lo más aproximado posible a la idea de felicidad. Cómo no vamos a necesitar eso. En toda su larga historia ningún poder ha logrado acabar con ella, y algunos bien que lo intentaron y lo intentan. Están quienes la desprecian bajo la etiqueta de un progresismo que siempre da marchamo de superioridad, y quienes la denigran en nombre de una racionalidad incompatible con cualquier concesión al sentimentalismo; están los políticos que intentan imponer su propio dios laico, y los que intentan apropiarse de ella cambiándole su esencia para hacerla suya. Al final todo es en vano. Siempre acaba imponiéndose a las corrientes ideológicas con las que se va encontrando, que ante ella se convierten en simples modas pasajeras.
Con su poderosa personalidad y su enorme capacidad de sugestión, la Navidad ha inspirado todo un mundo propio en el campo de la creación artística, en la literatura, la música y el arte. Y en el ámbito de nuestro pequeño mundo personal, su nombre ocupa generalmente un lugar asociado a momentos marcados, que pueden ser los más felices, pero también los más tristes si la desgracia golpeó en estos días, porque habrá golpeado para toda la vida. Pero seguramente lo que a la mayoría de nosotros nos resume la Navidad es una añoranza hecha de recuerdos infantiles, músicas alegres, dulces, regalos, la burra que iba a Belén, la expectación de los mayores con el fondo del sonsonete de la lotería, las uvas que nunca se acababan a tiempo, el milagro siempre renovado de la madrugada de Reyes. Desde ese recuerdo, Feliz Navidad.

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