El libro electrónico ofrece indudables ventajas, la principal de ellas su capacidad de almacenamiento, con el consiguiente ahorro de espacio. Claro que habría que hablar de en qué consiste para cada uno la seducción de lo invisible; hay quien presume de llevar mil libros virtuales en su aparato y quien prefiere tener la compañía de mil libros en sus estantes. En realidad, todo se reduce a la consideración que se haga del libro como un simple texto o como un objeto diferenciado. Si se tiene como un simple texto a leer, sin nada que importe al margen de él, no hay duda de que puede resultar práctico, sobre todo en circunstancias concretas, por ejemplo en los viajes.
Pero hay otros que pensamos que leer un libro es mucho más que leer un texto. Es participar de un objeto único en toda su plenitud. Un objeto con sus caracteres sensoriales, su olor, sus cualidades táctiles, su posibilidad de ofrecer una enorme belleza externa en su portada, en su diseño, en su tipografía, hasta en su tipo de papel, e incluso de alcanzar un alto valor material en función de su rareza o de la calidad de su edición. Y por encima de todo está el hecho mismo de su presencia. Cada libro tiene su propia historia. Han llegado a nosotros a lo largo de nuestra vida, cada uno en un momento determinado; muchos de ellos encarnan un recuerdo concreto o fueron un regalo ilusionado; algunos tienen una dedicatoria ya irrepetible; todos juntos conforman ese ambiente de sosegado afán que sólo puede encontrarse en una biblioteca.
Ya sabemos que lo que da sentido a un libro es su lectura y que lo importante son sus palabras, estén sobre lo que estén escritas, pero algunos creemos que también tienen su vida particular y un aura mágica individual que jamás tendrá una máquina. Cómo imaginar que el libro de papel pueda ser sustituido alguna vez por un artilugio electrónico.
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