miércoles, 20 de abril de 2016

Cuatrocientos años

Hace ahora justamente 400 años, en una modesta casa del hoy llamado barrio de las Letras, el barrio literario por excelencia de Madrid, terminaba la azarosa y cansada existencia de Miguel de Cervantes, puesto ya definitivamente el pie en el estribo y echada la última mirada a esta tierra, que nunca le había dado gran cosa, al menos a corto plazo. Era el fin de un viaje repleto de destinos inalcanzados. Había visto transcurrir muchos paisajes y vivido muchas desesperanzas, había digerido muchos sinsabores y le habían robado los cinco años más prometedores de su juventud, sepultados en una mazmorra en tierra de infieles. Y ahora se despedía con la misma media sonrisa de siempre y con ese decir tan suyo que nos dejó en el escrito de su adiós. Los caprichos del calendario actual hicieron que ese día sea también el de la muerte del otro gran visionario de lo humano, más afortunado y más distante que don Miguel, aunque no más trascendente: William Shakespeare.
De Cervantes se han hecho tantos estudios e investigaciones desde aquella primera biografía de Mayans, que se sabe ya casi todo, aunque queden aun algunas etapas de su vida en penumbra y a pesar de que periódicamente aparece alguna teoría estrafalaria que trata de apropiarse de su figura. Es sin duda el español que más trabajos ha generado sobre su persona y su obra, al que más monumentos se han levantado y el que tiene su nombre en más organismos, centros, instituciones y lugares públicos. El hombre que ha hecho a España el mayor regalo de toda su Historia. Las labores de investigación han llegado a perfilar casi totalmente su imagen biográfica, pero es en su obra donde se halla su verdadero retrato. En ella vemos a un hombre de mirada benévola y comprensiva hacia las debilidades humanas, cargado de una ironía sutil y un humorismo que le permite relativizar lo trascendente hasta ponerlo a escala humana. Su mayor fijación, presente en todas sus obras, es la defensa de la libertad, que en algunas, como en la Numancia, alcanza carácter de argumento único; es el conjuro de quien se ha visto privado injustamente de ella y quiere advertir a los que no la valoran. Y todo con esa prosa suya tan característica, cercana, precisa, graciosamente descuidada, pero intensa en matices y siempre alejada de extremos conceptistas y culteranos.
Cervantes fue venerado por Sterne, Goethe, Flaubert, Dostowevsky, Kafka, Melville, Freud, Kundera y tantos más. Hace unos años su Don Quijote fue elegida como la mejor novela de todos los tiempos por los cien escritores más destacados del mundo, a gran distancia de la segunda. En su ensayo en el que compara los hallazgos de la Física con la obra cervantina, Simon Jenkins, exdirector del Times nos aporta una clave: "Einstein era un genio, pero si no hubiera existido, la ciencia lo habría terminado inventando; su teoría estaba en el horizonte, esperando que la descubriera el primer genio que pasara por allí. No ocurre lo mismo con Cervantes. Se preguntó: ¿Dónde está el hombre? Atrapó el valor, el amor, la lealtad, la mortificación, los comprimió a escala humana y contó una historia que nadie más habría podido contar. Si Cervantes no hubiera existido el tapiz europeo tendría un agujero".

No hay comentarios: