miércoles, 17 de febrero de 2016

Las ondas del tiempo

Ante el inmenso misterio del Universo, la mente se detiene y cede a la filosofía el trabajo de comprenderlo, a la religión el de darle un sentido y a la psicología el de derivar la mirada hacia motivos más humanos para no sentirnos una mota de polvo sin valor. Tal vez la razón apareció en el hombre cuando alguien, allá en la noche de los tiempos, miró el cielo estrellado y se preguntó por primera vez de dónde procedía todo aquello. Y ante la gran pregunta sin respuesta surgió el mito, y así satisfizo la humanidad sus ansias de comprensión de lo desconocido y de la profunda oscuridad que rodeaba su existencia. Fueron necesarios centenares de miles de años para que alguien tratase de convertir el mito en una incógnita susceptible de ser objeto de estudio por parte de la razón humana. La búsqueda de la explicación de la realidad visible por parte de los filósofos griegos es una de las páginas más conmovedoras y fascinantes de la historia, y su resultado fue la creación de un sistema que configuró un modelo del orden cósmico que se mantuvo vigente durante dos mil años, hasta la aparición de los primeros instrumentos ópticos, hace casi nada. Los avances técnicos del último siglo nos han desvelado secretos insospechados. Ahora sabemos que el espacio y el tiempo no son conceptos absolutos, que las estrellas son gigantescos reactores nucleares, que existen otros elementos, como los cuasáres o los púlsares y, sobre todo, que nuestra Tierra no es más que un planeta pequeño, que gira en torno a una estrella mediana, perdida en el extremo de una modesta galaxia, que a su vez se desplaza por el espacio junto a millones de otras galaxias mayores que ella. El último logro es la confirmación de la afirmación de Einstein de que el tiempo y el espacio se distorsionan cuando un objeto masivo se mueve velozmente y que esas deformaciones cruzan el espacio a la velocidad de la luz. A una distancia inconcebible para nuestra mente, dos agujeros negros, girando entre sí, liberaron una enorme cantidad de energía en forma de ondas gravitatorias, y se ha podido captar su eco. No sabe uno a quién admirar más, si al que lo calculó o a los que lo demostraron.
Dicen los expertos que el hallazgo, además de un éxito tecnológico asombroso, es de una importancia tal que refuerza el marco fundamental de la astrofísica y puede llevarnos al conocimiento de realidades hasta ahora inexplicables, como la materia oscura. Y que abre una ventana a la posibilidad de que el hombre alcance el último umbral al que le es permitido llegar y que seguramente jamás podrá cruzar, porque es el umbral del infinito. ¿Qué había antes del Big Bang? ¿En qué punto se puede localizar la primera singularidad causal que dio origen a todo lo que existe? ¿Hasta dónde es posible retroceder en lo que ni siquiera puede llamarse tiempo? Entre el primer hombre que miró el cielo estrellado y el que ha conseguido captar las ondas gravitatorias generadas a 1.300 millones de años luz, ha pasado apenas un instante en el reloj cósmico, es cierto, pero lo limitado no puede abarcar lo ilimitado. Es posible que quedemos para siempre a la puerta del misterio. Uno se conforma con admirar a esos científicos que tratan de enseñarnos cómo fue el borde mismo de la eternidad.

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