miércoles, 6 de enero de 2016

Día de Reyes

Si hay alguna mañana luminosa en el año es esta de hoy, en la que la estrella que seguía un camino en el cielo se ha detenido por fin sobre su destino. Ha sido una noche de sueños agitados y quizá de alguna que otra andanza furtiva por el pasillo. Han desaparecido las galletas y el agua que se habían dejado a la puerta para el alivio de los caminantes y en su lugar han quedado los deseos cumplidos, si no en su totalidad, sí en grado suficiente para confirmar el milagro. La amanecida se hizo rogar más que nunca, pero fue también más alegre que nunca. Buen día este para nostalgias, que se colarán por todos los rincones de la memoria a poco que se las permita aflorar. Extraño día, que se queda prendido en el recuerdo, inmune al paso del tiempo y a la distancia en que ya se encuentra. Todo lo puede con su poderosa huella. Uno todavía se sorprende evocando con una claridad casi presencial aquellos pocos despertares en que todo había resultado posible en el pequeño espacio de mi cuarto. Y qué grande la emoción y qué poco se necesitaba, porque las ilusiones son directamente proporcionales a las necesidades, y estas eran muchas. Y además, los Magos conmigo sí habían acertado, no como en Belén, que hay que ver qué ideas. Uno se imaginaba a María mirando aquellos regalos que le habían traído y preguntándose para qué querría ella incienso y mirra. Aquellos señores serían muy sabios, pero en cuestión de mamás y recién nacidos no tenían mucha idea. Conmigo sí.
De los Reyes, de nuestros queridos Reyes, apenas se sabe nada, pero desde luego mucho más que de papá Noel, porque al menos ellos tienen presencia nítida en el texto evangélico y en la tradición posterior, algo que no puede decir ese tipo gordo que baja por las chimeneas con un saco al hombro y vestido con los colores que le dio una conocida marca comercial. En la catedral de Colonia se enseñan sus tumbas en un espléndido sarcófago de oro y plata. Resulta paradójico que los luteranos, que basan toda su doctrina en la letra de la Biblia, hayan elegido para dar los regalos a sus hijos a un personaje que jamás pudo regalar nada, en lugar de quienes cita el evangelista como verdaderos donantes. Sólo España y algunos países de su ámbito cultural se mantienen fieles a ellos. Y que sigan así, porque el poderoso ciclón que nos llega desde el otro lado del Atlántico, trayéndonos su avasalladora y dolarizada cultura, a menudo tiene su mejor aliado entre nosotros mismos, que unas veces aceptamos a ojos cerrados sus novedades, y otras, mucho peor, las ponemos en el lugar de las nuestras. Y este año, además, están los que quieren escribir una nueva historia a su manera.
Uno, que sigue creyendo en el poder infinito de los Magos de Oriente, les ha pedido este año que la majestuosa estampa de los tres camellos caminando por el desierto detrás de una estrella, rumbo a Belén y a las casas de todos los niños que los quieren, siga acompañándonos mientras exista una sola mirada infantil y una sola ilusión que impida conciliar el sueño esa noche. Y que cada año, millones de pequeñas manos sigan temblando al escribir aquello de Queridos Reyes Magos...

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