viernes, 15 de mayo de 2015

Otra campaña electoral

Quizá lo más auténtico de una campaña electoral sea ese aire de mercadillo de pueblo que tiene siempre, pero no de los silenciosos y bien ordenados rastros de hoy, sino de aquellos de antes, en los que los vendedores anunciaban sus milagrosos productos con su mejor verborrea ante un corro de oyentes. Qué dominio de las técnicas de persuasión. Cómo se iban cambiando las caras de escepticismo, primero en una mirada curiosa y luego en un gesto convencido. Y cuántas píldoras curalotodo, afrodisíacos y crecepelos se compraron con la ilusionada certeza de estar adquiriendo una solución maravillosa, para verla sustituida enseguida por la triste comprobación de haber sido estafados. Pero para entonces el vendedor ya se había ido.
También los de hoy tratan de vender sus remedios sanadores, no ya ante su corro de oyentes, sino ante la plaza entera, que para eso están los medios. Y a pesar de que los años y la ya larga sucesión de citas hayan ido depositando alguna capa de recelo en la fe ilusionada de los comienzos, casi siempre consiguen que se les escuche con la misma mirada confiada que se brindaba a la pócima maravillosa. Cómo podría ser de otro modo, si traen lleno el saco de los regalos y de las ofertas, y los desparraman con una dulce sonrisa entre promesas de riguroso compromiso de cumplimiento. El ciudadano aún no tocado por el perverso microbio del escepticismo se quedará con la confortadora sensación de que por fin va a conocer el país de las maravillas, y eso sin atravesar espejo alguno. El bello jardín estaba detrás de una urna. En cambio, el que hurgue en los recovecos del mensaje captará un buen número de componentes que le harán esbozar una sonrisa de condescendencia: una carga abundante de demagogia, el acercamiento a algunos temas enormemente complejos y profundos tratados con la simpleza del diletante, un ir y venir de los argumentos girando siempre en torno al corral propio y, en el caso de algún vendedor, la inquietante sensación de que, si le compramos su producto, se nos va a resquebrajar algo secular y muy querido.
La técnica es conocida por repetida. Los vendedores van exponiendo sus ofertas a un ritmo bien medido, dosificándolas en función de las que hagan los rivales. Si es un vendedor con cierto sentido de la realidad, sabrá dónde debe detenerse, aunque no sea más que para no ofender la capacidad de raciocinio de los adquirentes. Si no lo es, ofrecerá ilusiones vestidas de proyectos vagamente realizables, sin explicar jamás cómo los realizará. Claro que los oyentes que tengan alguna experiencia sabrán distinguir entre ambos y dejarán en su sitio a los vendedores de humo. No es fácil. A veces no existen líneas definitorias claras y resulta difícil discernir entre el populismo engañoso y la utopía razonable, y otras sucede que los condicionantes externos son tan poderosos que hacen que la elección termine haciéndose en virtud de motivaciones más próximas al sentimiento que a la razón. Sería triste que el futuro del país se decidiera por la telegenia de un rostro. Ante la urna sólo cabe una profunda reflexión que deje al margen lo accesorio, porque ese es el único momento en que la democracia deja de ser palabrería.

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