miércoles, 22 de abril de 2015

La caída

Qué puede pasar por los escondrijos de la mente de un triunfador abundoso en bienes materiales y en prestigio para ponerlo todo en riesgo por una pequeña migaja más. O estamos equivocados en nuestra definición de inteligencia, o no conocemos la fuerza invencible de la ambición, o no sabemos nada del ser humano, que es lo que debe de suceder. Hay en este caso un componente atípico que, al menos visto desde fuera, lo convierte en poco habitual. Normalmente se bordean los marcos legales en el camino de ascenso hacia la cima, cuando el único afán es alcanzarla, no en el de descenso, cuando ninguna meta puede compararse a la ya conseguida. Eso por lo menos en lo que se refiere a la escala social, porque en la material parece quedar claro una vez más que lo que pervierte no es la riqueza, sino el afán de tenerla; en este caso de aumentarla.
Rico de cuna, familia de alta clase, Berkeley, éxito personal, posibilidades sin límites en el mundo de la empresa y las finanzas. Y en la política, cuyo atractivo espejuelo de poder le sedujo y de la que también salió como triunfador, después de revelarse como el mejor ministro de Economía de la democracia, el que la sacó del pozo donde la había dejado el Gobierno que le precedió (y donde volvió a meterla el que le sucedió). Luego, la cima como director del Fondo Monetario Internacional. Y después... El clásico Tácito debía de estar pensando en él cuando escribió que “para quienes ambicionan el poder no existe una vía media entre la cumbre y el precipicio”.
En algún lugar de los altos despachos enmoquetados, frente a la mesa de caoba y junto a las rayas del cuadro del pintor de moda, debería fijarse una inscripción que dijera: “Recuerda, más dura será la caída”. El castigo del que cae de las alturas tiene un amargo añadido al puramente penal en el ensañamiento de los medios, en el regodeo de las cámaras, en la impunidad de las redes o en el mirar para otro lado de quienes tanto presumían de su amistad y tanto le deben. Todo revuelto en desordenada confusión. En la batahola de imágenes y opiniones se tiende a formar una masa acrítica que confunde al ladrón con el evasor fiscal, y al individuo con el partido, y lo presunto con lo cierto, y en las tertulias los sabihondos de cada día se crecen en su énfasis, y los políticos de la oposición hincan el diente porque mientras muerden evitan que se fijen en lo de ellos, y la justicia ha de andar a lo suyo sin dejarse arrastrar por eso que algunos llaman irresponsablemente alarma social.
Hay algo esperanzador en este vaivén de agentes policiales que entran y salen de lujosos domicilios llevando del brazo a gentes conocidas, antiguas personalidades convertidas en vulnerables personajillos que entran en el coche con la mirada baja, tratando de readaptar el oído del halago al insulto. La ley actúa, y los busca en todos los partidos y en todos los ámbitos geográficos y sociales. Se está limpiando de fango el lecho del río, y las aguas sin duda se volverán más claras y transparentes, y seguro que más tranquilas, como debe ser para nuestro bien y nuestra dignidad colectiva.

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