miércoles, 4 de febrero de 2015

Querencia griega

Grecia, el quebradero de Europa, casi al borde de su exclusión, quién lo diría. Ella, que está en su mismo origen, que le dotó de todo su soporte cultural, filosófico, artístico y racional, que le habló por primera vez de política, democracia y ética, que le dio hasta el nombre. No es esta Grecia desde luego. Al igual que en otros lugares, como Egipto, es preciso aprender a salvar la distancia que el devenir implacable del tiempo fue labrando, que en el caso de Grecia no fue muy amable. Alguna sombra de rubor debería anidar en la conciencia europea por haberse quedado indiferente ante el secuestro de su vieja madre durante cuatro siglos por parte de los turcos. En Lepanto se luchó por salvar la cristiandad, pero sólo una parte, la más poderosa. A Grecia se la dejó en manos de los turcos. Tuvieron que ser los románticos, con su pasión por la libertad y por los esplendores pasados, quienes compusieran una oda al ánfora griega y una elegía al ideal perdido de Verdad, Belleza y Bondad, que los griegos habían planteado a la humanidad hacía ya dos mil años. Al final, la lucha de todos los movimientos nacionalistas helénicos consiguió que en 1822 se proclamase la independencia, pero el país había cambiado su impulso. La larga presencia musulmana apenas dejó huellas en el pensamiento, porque la Iglesia ortodoxa aglutinó el sentir griego y preservó su lengua y su concepto nacional, pero otra cosa fue su influencia en las costumbres y en el mantenimiento de los ideales clásicos.
La Atenas que hoy encuentra el viajero encarna esta dualidad a simple vista. La ciudad clásica apenas generó alusiones posteriores. La que hoy extiende su inmenso caserío hasta donde alcanza la vista nació en el siglo XIX y es un producto apresurado y sin la menor visión urbanística, una capital fea y anodina. La ciudad que enseñó al mundo la búsqueda de la belleza como suprema razón, se ha convertido en el último espejo en que mirarse. Lo que ocurre es que, cuando desde algún claro se atisba la Acrópolis, uno vuelve a congraciarse con ella sin remedio.
Cuando el avión se eleva, se ve el Partenón emergiendo con majestuosa dignidad del gris océano de casas que se extiende hasta el infinito. Quizá sea el símbolo del contraste en esta tierra de contrastes. Una tierra vieja en sus formas de vida y renovada en sus defectos, creadora de la idea de la Belleza y con la capital más fea de Europa, la tierra que fue cuna del pensamiento racional y en la que se venden por todas partes piedras contra el mal de ojo, la inventora de la democracia y la que más golpes de estado ha generado en los últimos cien años, la de la corrupción asfixiante y la de Arístides y Asiarques. Una tierra donde la iglesia ortodoxa controla todos los espíritus, pero donde los saludos nunca hacen referencia a lo divino: hérete, ten alegría, o iasas, que tengas salud. La tierra donde el tiempo apenas tiene valor y donde se inventó el komboloi, un objeto para ocupar las manos y calmar los nervios. La tierra donde se dio respuesta a la eterna pregunta sobre nuestra condición y destino: que sólo sabemos que no sabemos nada.

No hay comentarios: