miércoles, 24 de diciembre de 2014

Noche de paz

De paz interior, se entiende, porque la otra debe de haber emprendido un viaje tan largo que aún no ha aparecido por la tierra desde que el hombre está sobre ella. Paz interior, que es el mejor deseo que uno puede ofrecer a su prójimo, porque es la única que cada uno de nosotros puede gozar sin la inquietud de que alguien pueda nada contra ella. La paz interior pertenece al reducto más privado y descansa en esa cámara sagrada que todos custodiamos dentro y cuya inviolabilidad es nuestra más preciada posesión. La paz interior no necesita de manifiestos, ni de palomitas picassianas, ni siquiera de un ramo de olivo; su símbolo estaría más bien en el sosiego de una mirada. Desear a alguien paz interior viene a ser sinónimo de desearle felicidad, eso que hacemos continuamente estos días sin pararnos a pensar en qué puede consistir la felicidad. Sí sospechamos que debe de ser un bien supremo a juzgar por el anhelo eterno y profundo que tenemos de ella.
Paz interior a los hombres de buena voluntad y a los de regular y hasta a los de mala, si es que pueden, porque mientras estén en paz con ellos mismos dejarán en paz a los demás. Paz a los que la buscan sin poder encontrarla porque algún aire frío se les coló en el fondo de la conciencia, o acaso porque la vida ha dejado de tratarlos con gesto amistoso. A los que sufren sin haber hecho nada por merecerlo y a los que sufren para que no sufran los demás.
Paz consigo mismo a los políticos enfermos de la pasión del poder que, con tal de satisfacer sus ambiciones personales, no vacilan en poner en riesgo realidades sociales sólidamente asentadas que constituyen lo más querido y sagrado de cualquier persona. A los que tratan de servirse de utopías irrealizables para llegar a mandar, a los de la crispación continua y a los de las pancartas contra todo. Días de paz a sus inquietas mentes y a sus agitadas aspiraciones.
Paz gozosa a los que han renunciado a vivir estos días en familia porque han querido llevar algún remedio y alivio allí donde la enfermedad envuelve en sufrimiento y desesperanza, y a quienes han partido a zonas de peligro y tratan de poner lo mejor de su parte para aportar un poco de orden y seguridad en aquel infierno. A todos, paz.
Paz de espíritu a quienes sufren la locura sanguinaria de esas bestias inhumanas que degüellan en nombre de su dios; a los que son masacrados por rezar ante una cruz; a las mujeres y niñas violadas y a los padres de esos niños que los monstruos fanáticos mataron en el colegio. Que sus asesinos no lleguen a alcanzar jamás ni un momento de paz en los escondrijos de sus conciencias.
Paz esperanzada a los sempiternos pesimistas que jamás pueden ver algo bueno en nuestras cosas; a los que, de buena o mala fe, creen que los males se arrancan con otros males; a los que se desesperan por las cosas que no lo merecen, que son casi todas, y a quienes sólo aspiran a vivir una vida sencilla con los suyos y con las pequeñas ilusiones y decepciones de cada día. Y a ti, que has tenido la amabilidad de leerme.

2 comentarios:

Jesús Ruiz dijo...

Y paz a ti admirado escritor, articulista, bloguero y hombre de bien, aunque sin duda la tienes para escribir un texto tan acertado. Y paz y amor a todas y a todos, mujeres y hombres de buena voluntad que afortunadamente son la inmensa mayoría.

Mónica dijo...

Aparte del de Tolstoi,incomparable por su extensión y formato al del articulista es es el alegato a la paz más bello y emotivo que he leído nunca.
Enhorabuena desde mi más profunda admiración.