miércoles, 6 de agosto de 2014

Los corruptos

Esa caterva de ladrones de cuello blanco que desfila cada día por los medios tras destaparse el escándalo de turno, es la inmundicia que desprende una sociedad llamada del bienestar, de la que han sido borrados todos los valores que no contengan números. Es como la inevitable espuma grasienta que se forma en la superficie de un cocido. Algo a apartar por repulsivo. Nos resultan tan familiares que ya hemos aprendido que forman un gremio variado, al menos en las formas. Están los que tratan de evadirse de pagar impuestos; están los que buscan convertir su indigno dinero en ganancia digna; está el prevaricador, que abusa de su autoridad para favorecer a algún amiguete del que espera algún beneficio; están los que aceptan sobornos a cambio de cometer una injusticia incumpliendo la ley, y están los que meten directamente la mano en la caja del dinero de todos. Todo un retablo de sinvergüenzas a los que pueden ponerse nombres y apellidos que todos tenemos en la mente. Todos merecedores de figurar con letras bien legibles en la lista del desprecio público. Mentirosos cínicos, cobardes ante las consecuencias, salen ante nosotros con la cara alta y la sonrisa prepotente, negándolo todo. Han robado nuestros dineros, han dañado la imagen de nuestro país, desacreditan a la clase a la que pertenecen, pero ahí están, altaneros, soberbios, displicentes, a menudo amenazantes y siempre despreciables, a cuestas con su miseria moral. Su mayor castigo es la cárcel y la privación del disfrute de sus rapiñas, porque el oprobio público no parece afectarlos; al menos no se le ha oído a ninguno algún lamento de arrepentimiento ni, mucho menos, algún propósito de restitución de lo robado. Están en todas partes, en todas las autonomías y todos los sectores, desde los sindicatos a los políticos, desde empresarios a tesoreros de los partidos, desde el que pesca en ruin barca hasta el gran prócer del oasis catalán de ejemplaridad. Quizá no haya más que antes y que sólo sea que ahora están más a la vista. Es evidente que en algunos casos han fallado los mecanismos de control, pero también está claro que las fiscalías y la policía actúan y que ya no resulta tan fácil como antes entrar en el limbo de la impunidad; eso es lo único positivo.
El último caso, el de ese individuo que encarnaba todas las esencias del pasado y el presente de Cataluña, se nos hace especialmente repugnante. Cuánta hipocresía, cuánto engaño, cuánto abuso de la buena fe. Él, que tenía el tratamiento de “muy honorable”, que ya es sarcasmo. Si el concepto de corrupción necesitaba algún paradigma para explicar su significado, ya lo tiene. La trayectoria pública de este tipo no parece tener más referencias que las de aquel discurso de Groucho: “No permitiré injusticias ni juego sucio, pero si se pilla a alguien practicando la corrupción sin que yo reciba una comisión, le pondremos contra la pared y dispararemos”. A medida que los velos se vayan levantando seguramente nos sorprenderemos de hasta dónde extendió la hedionda mancha de la corrupción, porque, como dijo alguien, hay tres grupos que gastan el dinero ajeno: hijos, ladrones y políticos. Aquí están los tres juntos.

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