miércoles, 2 de julio de 2014

Los Arribes del Duero

Contemplado desde cualquier atalaya a su vera -Soria, Toro o Tordesillas, por ejemplo- , el Duero no ofrece la imagen del río de fiera frontera que fue durante aquellos duros e inciertos años en que las aspiraciones de un pequeño reino quedaban detenidas ante él. Un paralelo natural que, cuando se traspasó definitivamente, se quedó en lo que siempre fue: un perezoso andarín que se desliza desganadamente con su carga de fecundidad a cuestas. Río de viñedo y cereal, pausado como los romances que le cantan y sereno como el románico que tanto lame, hasta que, despertado de golpe de su largo y plácido sesteo por la llanura castellana, se encuentra con que la tierra comienza a inclinarse hacia el mar y ha de adaptarse rápidamente a este difícil paso; ha entrado en los Arribes.
Desde la Vía de la Plata, el camino que se desvía hacia la tierra de Sayago es camino de pueblos con hermosos sufijos en diminutivo, como una amable bienvenida al caminante: Fornillos, Bermillo, Fresnadillo, Sobradillo, Malillos. Es también camino para lingüistas, que tienen aquí motivos de estudio sobre la pervivencia de un viejo dialecto, el sayagués. Y para tomar un vino de recio color y brava catadura. En Fermoselle puede verse un sugestivo laberinto subterráneo de bodegas con arcos de granito, que hay quien remonta, aunque sin mucho fundamento, a época romana. Llegado aquí, ya se acerca a los Arribes.
Un pequeño barco acristalado e insonorizado, que parte de un embarcadero en la orilla portuguesa, cerca de Miranda de Douro, lleva al visitante por el río durante un trayecto de unos seis kilómetros. Es un paisaje fluvial magnífico. El Duero corre encajonado entre las dos orillas, salvando el desnivel entre la meseta y la llanura. Si no fuera porque las presas lo regulan, sería un torrente. Las dos paredes de roca llegan a alcanzar una altura de cuatrocientos metros, con lo que el mundo entero parece haber desaparecido tragado por el cielo. Vuelan águilas reales, ratoneros, milanos, alimoches, chovas, halcones y buitres. Los aficionados a la ornitología se vuelven locos alternando los prismáticos con el bloc de notas. Impone el silencio, roto tan sólo por el clic de las cámaras fotográficas. Este viajero quiere matar algo de su ignorancia y hace una pregunta al que tiene a su lado, pero ve que no es bienvenida y se dedica a seguir mirando el paisaje. Realmente las palabras estorban.
Fornillos de Fermoselle es un pueblecito de 70 habitantes, situado en el confín de España, a un kilómetro de los Arribes, en medio de un paisaje agreste y solitario. La agricultura aquí es de subsistencia y de mucho trabajo. La disposición del terreno y el rigor del clima obligan a crear bancales, en los que se ven olivos, almendros y viñas. Quizá pueda tener en el turismo un buen complemento, al menos así lo ha entendido una joven pareja, que decidió que aquello era su mundo y entre los dos habilitaron una vieja vivienda y la convirtieron en casa de turismo rural. Este viajero, que ha disfrutado en ella de un ambiente familiar y de una comida abundante y sabrosa, les desea de todo corazón el mayor de los éxitos.

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