miércoles, 8 de enero de 2014

Otro año

Pues ya han pasado las fiestas que cada año convertimos en fuentes necesarias de alegría, casi como una medida de autodefensa frente a la pavorosa rutina del tiempo. Nos resulta indispensable lanzar a fecha fija aquello que vive en nuestro interior sin apenas oportunidad de manifestación: nuestros deseos, las ilusiones nunca confesadas, los impulsos de solidaridad, las muestras de cariño que en el resto del año quedan ocultas, hasta los comportamientos moderadamente descontrolados que de vez en cuando nuestra naturaleza nos pide. En nuestro mundo cultural, todo eso se concentra en unos hermosos días de invierno, en los que las luces que transforman nuestras calles sólo son el signo visible de un estado en el que parece bullir en todas partes una percepción de ilusión y esperanza: el comerciante que confía en que estos días le alivien las cuentas del negocio, el que compra su décimo con el convencimiento de que esta vez sí, el niño que sueña con los regalos que tendrá, los solitarios corazones que se sienten llenos de felicidad al ver por una noche de nuevo completa la vieja mesa familiar. Para el creyente cristiano, los sucesos de Belén tienen una significación profundamente espiritual, y de ella trasciende todo lo demás; para el escéptico, esa condición espiritual original se funde con el hecho natural del solsticio, y en todo caso ha devenido en una tradición, eso sí, hermosa y alegre; para todos, está la evidencia de que la Tierra completa otra de sus vueltas en torno al Sol e inicia un periplo nuevo, eso que llamamos año.
A estas alturas, apenas una semana de vida del año, seguramente ya habrá quedado roto más de un propósito recién formulado, o acaso aquella firme promesa que nos hicimos con tanta solemnidad como sinceridad. Quizá ya sigamos de nuevo con los mismos vicios de antes y encima con la conciencia soliviantada, echándonos en cara el fracaso. No hay que preocuparse demasiado, que así es nuestra condición, humo, viento, niebla, sin que podamos modificarla, pero qué dura lección comprobar a cada paso que las promesas que nos hacemos a nosotros mismos flores de un día son. A cambio, y es curioso, con las que hacemos a otros solemos poner más empeño en su cumplimiento, seguramente porque el honor sigue siendo una fuerza que condiciona nuestra conducta.
Como esta suele ser hora de balances y de prospectivas, y eso que este año los videntes y profetas no se hicieron notar mucho, dejamos el 2013 sin excesiva nostalgia y confiamos en los indicios de que por fin las cosas van comenzando a mejorar. De hecho, las primeras noticias del año lo confirman, según todos los indicadores. La crisis económica es un enemigo formidable, pero bien definido; ataca de frente y más o menos se conocen las armas con que combatirlo; su carácter general lo hace más vulnerable, y al final es cuestión de sacrificios y de tiempo. Peores son los que afectan a nuestra autoestima como sociedad, a nuestra conciencia nacional, a nuestra propia esencia; ahí están los informativos empeñados en decirnos cada día lo mal que hacemos todo, los políticos catastrofistas con tal de desgastar al contrario, y no digamos los que se empeñan en disgregarnos a todos.

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