miércoles, 22 de enero de 2014

Democracia callejera

Lo sucedido en ese barrio de Burgos, ya famoso en todos los medios, es realmente sorprendente. Que una protesta vecinal por la reforma de una calle pase de ser un hecho local e insignificante fuera de su minúsculo ámbito a convertirse en un acontecimiento de primer orden en todos los informativos y tertulias, no tiene una explicación fácilmente comprensible. Pues anda que no ha habido reformas de calles en todas las ciudades. De pronto, una simple reestructuración viaria de un barrio de una ciudad mediana produce un estallido social que se extiende por sitios alejados y ajenos por completo a ella. Difícil lo iba a tener hoy el barón Haussmann y hasta el plan E, aquel que, sin tantas pretensiones, llenó de zanjas y vallas nuestros municipios. Nunca el poder de unos pocos vecinos, eso sí, reforzado por elementos ajenos al problema y bastante más curtidos en eso de la protesta violenta, consiguió tanto, o sea, la totalidad de sus exigencias. Las preguntas, desde luego se acumulan. ¿Son los vecinos dueños de su calle o pertenece a la ciudad? ¿Son ellos los que han de decidir qué se puede hacer en ella o eso corresponde al Ayuntamiento como representante del conjunto de los ciudadanos? ¿Qué criterio se ha de imponer cuando las posturas están enfrentadas? Quizá estemos ante una nueva forma de entender la participación ciudadana, en la que el fenómeno de las redes sociales se está revelando, como en tantos otros casos, decisivo. Pero ¿cabe admitir que la democracia basada en el número de votos sea sustituida por la del número de los que salen a la calle? Mal criterio, al menos en este caso, porque resulta que en este barrio del Gamonal viven 60.000 vecinos y en las manifestaciones se contaron unos 4.000; o sea que hay 56.000 cuya opinión no se conoce.
Si algo llama la atención en este caso es que origine un estallido social como respuesta a un hecho cotidiano en cualquier ciudad. Aquí mismo, donde escribo, se dio no hace mucho algo similar en la avenida de Castilla: una remodelación que se llevó por delante todas las plazas de aparcamiento para crear otras de pago y que convirtió lo que era una avenida equilibrada y cálida en una vía anodina, fea y desangelada, y así se aceptó sin protestas. ¿Indiferencia? ¿Civismo? ¿Falta de pulso ciudadano? ¿Conformidad con la actuación municipal? Lo cierto es que esta ha sido siempre la tónica general. Hasta ahora.
Por supuesto que un Ayuntamiento no sólo debe, sino que tiene la obligación de actuar en uso de sus legítimas atribuciones, pero no estaría mal que, antes de ejecutar cualquier actuación urbana, expusiese a sus ciudadanos cómo sería su resultado final, abriendo bien los oídos al sentir general para tratar de acomodarlo a él lo máximo posible. Al fin y al cabo, el aspecto externo de una ciudad atañe y pertenece a quienes la viven, y el dinero que se emplea en ello también. Y demasiadas veces sucede que los gustos estéticos de sus dirigentes y la imagen que imprimen a la ciudad están muy alejados de la que acaso quisieran sus ciudadanos. Siempre hay políticos, seguramente los más ignorantes, que con el cargo estrenan una cierta tendencia a la prepotencia.

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