miércoles, 15 de enero de 2014

El campo de petróleo

Como uno cree que no es mal pasatiempo andar a la busca de cualquier sorpresa, suele salir por ahí a ver qué encuentra por los rincones de este fascinante país nuestro. En este caso, más que la sorpresa es la búsqueda de un recuerdo lejano, el de un nombre perdido en el páramo y en la memoria, que a uno le ha quedado flotando desde que lo oyó por primera vez, allá en los años de su adolescencia: Ayoluengo. En junio de 1963, una gran noticia ocupó todas las portadas, los noticiarios y las conversaciones: en un pueblo de Burgos se había encontrado petróleo. Las prospecciones hechas habían dado resultado y, por fin, había brotado un chorro de 40 metros que prometía muchos más. A aquella España de economía creciente, que iniciaba su progreso económico después de tantos sacrificios, los buenos hados quisieron ayudarla dándole lo más valioso que podían darle. Se suscitaron grandes esperanzas, se mejoraron los accesos, la economía de la zona pasó de la patata –la excelente patata de la Lora- al petróleo, y los nombres de esta perdida y desconocida comarca –Ayoluengo, Valdeajos, Sargentes- se hicieron familiares en toda España, convertidos en sinónimos de progreso y futuro. La realidad pronto se encargó de fijar perspectivas más bajas.
La ruta abandona en San Felices la carretera general y se adentra monte arriba camino de Sargentes. Por mucho que a esta comarca se le llame Páramos de la Lora, lo que uno ve es un bosque inmenso, un pinar sin fin que cubre el valle y las laderas. Cuando las curvas terminan, se llega a Sargentes de la Lora. El visitante entra en el único bar del pueblo y trata de entablar conversación con un parroquiano solitario que está apoyado en el mostrador delante de un vaso de vino. No resulta difícil; es buen conversador y amable con el forastero.
-Cómo no nos vamos a acordar de aquel año. Fue una noticia sensacional. No sabe cuántos periodistas y personalidades pasaron por aquí. Hasta la Reina, bueno, entonces era princesa, vino a inaugurar el primer pozo y, por cierto, se manchó su vestido blanco con el petróleo. Hubo mucha euforia en el pueblo. Muchos dejaron el campo para trabajar en el petróleo. Otros no quisieron; sacaban más con las patatas. Con el tiempo se dieron cuenta de que se equivocaron, porque hoy tendrían mejor pensión.
Desde la ventana puede verse a lo lejos, sobre una loma, la presencia de un pozo, marcada por la silueta de la bomba que extrae el petróleo; los “caballitos” que llaman por aquí, por su figura y su movimiento.
-¿Y ahora?
-Ahora quedan 13 pozos en funcionamiento de los 20 que llegó a haber. Dan una media de 160 litros diarios, que no es gran cosa; todo se consume sin refinar en factorías de Burgos y Cantabria. Trabajan aquí unas 20 personas.
El campo se halla en una meseta pedregosa, entre Ayoluengo y Sargentes. Todo está desierto y solitario, sin ninguna presencia humana. El monótono vaivén de las bombas es el único movimiento que se nota por allí. Al lado de cada una hay un depósito, no muy grande, que debe de recoger el líquido extraído. A uno le da por pensar que en ningún otro sitio tendría ocasión de estar absolutamente solo al lado de un pozo petrolífero, pero como no tiene mucho más que ver, vuelve al pueblo y sigue camino a Burgos.

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