miércoles, 24 de julio de 2013

La revolución tecnológica

La fascinación que ejerce la tecnología sobre todos nosotros, y en cada momento sobre la generación correspondiente, tiene algo de fe mística a prueba de toda contradicción. Le hemos otorgado un carácter sotérico, no ya salvador de nuestras almas, que poco tienen que ver con ella, sino de nuestro futuro y de nuestro bienestar. De qué careceremos, que siempre hemos estado necesitados de alguien que redima nuestro presente, a cambio de entregarle lo mejor de nosotros mismos. A principios del siglo pasado, en medio de la primera gran revolución tecnológica, un gran número de creadores la contemplan con atónita admiración y se entregan a la glorificación de ese mundo maravilloso que parece prometer la redención total del hombre. Un mundo nuevo en el que, por sus propios rasgos esenciales, el artista sólo puede permanecer desde el exterior admirándolo. Nacen movimientos artísticos rendidamente entusiastas, cuyos nombres ya son definiciones, como el maquinismo o robotismo y el futurismo. El rudo Léger afanándose en plasmar en el lienzo el culto apasionado que siente por la máquina; Marinetti sentenciando que un coche corriendo rugiente es más bello que la Victoria de Samotracia. Hoy miramos con una sonrisa de condescendencia el manifiesto futurista y la ardiente retórica con que puede envolverse un puñado de sandeces convertidas en ingenuos propósitos, por fortuna inalcanzables.
En los últimos treinta años, la explosión tecnológica nos ha convertido el mundo en un lugar hasta entonces sólo intuido en las novelas de ficción, pero aún no sabemos el precio que habremos de pagar. El tiempo de una generación es corto para eso, aunque sí podemos intuir algo en esos niños y jóvenes cada vez más aislados en su mundo circunscrito a una pequeña pantalla. También se notan ya los efectos en la sociedad, por ejemplo en el aumento del paro. Por poner un caso, el de los bancos, que antes era un sector gran generador de empleo y ahora apenas necesita más que programas informáticos; eliminaron empleos, pero los clientes no notaron que disminuyeran los gastos que les cobraban por sus cuentas; más bien al contrario. Y ahora se está comentando el caso de Detroit y cómo una carrera hacia el futuro puede llevar al abismo. Cuando los trenes circulen ya sin conductor, nos admiraremos de que los avances técnicos hayan conseguido tal maravilla y después pediremos cuentas al gobierno por el aumento del paro. Puede que alguien de esos que van al fondo de la noticia se pregunte qué se ha conseguido con eso y en qué ha mejorado el viajero. Se ahorran costes, le dirán. Pues puede, pero se los ahorrará la empresa, porque la sociedad los verá incrementados al tener que hacerse cargo de más parados.
Los avances tecnológicos son imparables y en algunos casos, como los referidos a la salud, vitales, pero en otros habría que plantearse reflexiones globales. Puede que se esté acercando el momento en que la principal función de la tecnología de mañana no sea ya satisfacer las necesidades del momento, sino reparar los daños causados por la tecnología de hoy.

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