jueves, 11 de marzo de 2010

Las opiniones

Vamos a dejar claro que todas las opiniones son libres y que no debe haber hierros que las opriman ni látigos que las castiguen. Parece algo evidente, y sin embargo puede considerarse uno de los grandes logros de las sociedades humanas. De las sociedades que lo han conseguido, que son una minoría; no hay más que asomarse al exterior. Pero que tengan derecho a la libertad no quiere decir que lo tengan a la respetabilidad. En todo caso, respetable lo será quien la emite, pero por su condición de persona, no por ser emisor de esa opinión. Lo cierto es que hay opiniones que no sólo no merecen el menor respeto, sino que más bien inclinan al desprecio. La categoría de la opinión no se deriva de la relevancia social ni del grado de poder que ostente quien la dicte. Ser, por ejemplo, un actor más o menos famoso no le añade ningún plus de inteligencia ni le capacita especialmente para opinar de todo. No existe ninguna incompatibilidad entre la fama y la cretinez; al contrario, más bien suelen ser compañeras.
Los medios nos inundan de opiniones cada día, y uno puede entretenerse clasificándolas en grupos. Algunos de los que puede hacer fácilmente casi tienen el rango de categorías. Están las opiniones realmente respetables, esas que se ofrecen sustentadas por una gran hondura conceptual como consecuencia de una dedicación profunda al conocimiento del objeto y de un análisis riguroso a través de un método racional. En general no tienen mercado; es necesario ir en su busca a través de un estudio desapasionado, pero los resultados compensan con creces el esfuerzo.
Están también las falsas por ignorancia. Son las de casi todos nosotros hasta que alguien nos convence con argumentos suficientes para cambiarlas. Es un proceso natural para hallar la verdad.
Las atrevidas. Son quizá las más abundantes; las tenemos a cada momento en la boca de todos esos tertulianos que nos ilustran a cada hora desde todos los medios, y que lo mismo opinan sobre el metabolismo de la ameba que de los últimos movimientos especulativos en la bolsa de Kuala Lumpur. Y el caso es que disfrutan de un amplio crédito y de una gran capacidad de seducción. Son opiniones que a su vez crean opinión.
Las ridículas. Aunque ustedes no lo crean, hay quien opina que Colón era una mujer, que Beethoven era negro o que las pirámides de Egipto las construyeron los extraterrestres. Otras tienen menos carga de inocencia, como las de los que afirman que el Holocausto no ha existido jamás o que Castro no es un dictador.
Las interesadas. Pertenecen al mundo de los políticos y del poder en general, donde la verdad cuenta poco. Se nos suelen presentar disfrazadas con razonamientos bien avalados por los recursos argumentales del poder, que ocultan el sofisma que habita en su interior. La mejor defensa consiste en compararlas con criterios realmente objetivos y, en todo caso, ponerlas siempre en cuarentena.
Y ahora me doy cuenta de que todo esto que he escrito no es más que una opinión. Aplíquenle los mismos métodos de análisis.

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