miércoles, 6 de septiembre de 2023

Crónicas viajeras: Venecia

Un día el mar aceptó la extraña idea de Venecia y el mar la preservó durante siglos de todos los males, incluyendo en el de la modernización. Y así, Venecia se convirtió en el perfecto símbolo de la apariencia que, por esta sola vez, se vuelve fecunda y meditativa. De poco sirve todo eso que tanto se dice: fascinante, ensoñadora, romántica. Incluso aquello de Goethe: incomparable. O lo de Mann: inverosímil. O lo de Dickens: fantástica. Venecia es el triunfo de la apariencia como seducción eterna. El mar que toma apariencia de ciudad y la ciudad que acepta el juego y se vuelve ya poco escrupulosa en lo que se refiere a referencias menores. Esas fachadas de mármol que ocultan paredes de ladrillo, o esas falsas perspectivas de la Scuola de San Marcos, qué importancia pueden tener. La seducción viene del equívoco, y esta es la gran lección de Venecia.
    Desde las escaleras de la Salute, el Gran Canal aparece como el mayor friso que el hombre pudo robarle a la naturaleza, y mucho más si se le encuentra bañado por la luz. La luz en Venecia parece tamizada, como si solamente dejara filtrar las tonalidades más luminosas; esto le da a Venecia su perenne tono de acuarela. Y hasta la Salute, una gran iglesia barroca, pálida y curvilínea, sabe cumplir su misión de dar una nueva personalidad a la embocadura del Gran Canal. La Salute fue levantada como acto votivo contra una epidemia de peste; se quiso que el voto fuera grandioso, pero se supo dotar a su voluminosa silueta pálida de unos criterios casi pictóricos que la hacen encajar sin chirridos en el entorno quattrocentista. Ay el eterno juego veneciano de la seducción y la apariencia.
Tal vez Venecia no sea más que una idea del tiempo concebida por azar, un azar histórico y analizable, que ha ido solidificándose con el tiempo hasta llegar al último estado de la forma, y, por tanto, a la fragilidad extrema. Tal vez su misterio nos venga de nuestra posición anacrónica con respecto a ella. O tal vez eso y una docena de cosas más. El caso es que nunca de ninguna ciudad se ha dicho y escrito tanto y nunca en ninguna ciudad como en esta es necesario renunciar a registrar cada impresión. Los datos históricos pueden ayudarnos a comprender por qué en el siglo XV Venecia fue la ciudad más esplendorosa, bella, rica y democrática de Europa, es decir, del mundo. Sin embargo, las sensaciones generadas pueden con todo, incluso con la altiva palabra.
Una góndola se recorta sobre el agua camino de San Giorgio. No hay en el mundo una embarcación tan soberbia y airosa y, sin embargo, con tanta apariencia -otra más en Venecia- de fragilidad. Todavía quedan unas cuatrocientas, que se alimentan del turismo y la nostalgia, y así sobreviven como pueden a la competencia del motor. También La Fenice sobrevivió a su concepto original hasta que una chispa maldita acabó con él, que no con su idea. Y qué dura ha de ser la muerte en Venecia, qué poco extraña que se suspirara en el puente de los Suspiros o que Wagner la haya tenido al fin por su gran velatorio. Dura y amarga la muerte en Venecia, y, sin embargo, qué presto parece todo para presentarse ante ella. Todo, menos las palomas de San Marcos.
Un día el mar aceptó la extraña idea de Venecia y ahora parece que el mar va a acabar con ella.

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