Huele ya a campaña electoral. En la actitud de
los políticos, en sus declaraciones y manifestaciones de opinión, en sus
relaciones entre sí, hay un imperceptible tono de fin de ciclo que anuncia una
nueva lucha por el poder, aunque esta vez se trate solo del municipal y
autonómico. Un intento de ir tomando posiciones ante los ciudadanos, que se
inicia cuatro meses antes de las elecciones. Se agitan las aguas de la
dialéctica habitual con una dosis mayor de suspicacia y al mismo tiempo se
aprecia un propósito de aparecer con una imagen de moderación; lo que pasa es
que casi siempre se nota que se trata de una imagen impostada, que no concuerda
con la trayectoria conocida de quien la ofrece y que tiene difícil engañar a
los demás.
Más que de balances y de rendición de cuentas
comienza un tiempo de promesas volanderas y proyectos que sabemos que no se
cumplirán, a pesar de que, al menos en algunos candidatos, nazcan de una buena
voluntad y mejor intención. El azar y lo imprevisible no son factores que se
tengan en cuenta en una campaña electoral, aunque luego suelen servir para
tapar los rotos de una gestión. Si la olla política está siempre agitada y
raramente en calma, ahora entrará en ebullición con más fuerza y sin regatear
recursos. Todos tratan de hacer la campaña más efectiva y para eso siguen un
camino nada novedoso, bien conocido de ocasiones anteriores. Se busca el error
ajeno, las contradicciones del rival, el fallo en el dato o en el argumento;
los que están en el poder aprovecharán estos meses para acelerar las obras
pendientes e improvisar inauguraciones; el presidente saca pecho de sus logros,
tratando de convencernos de que con su gobierno hemos vivido en el mejor de los
mundos posibles, y la oposición prepara sus armas para demostrar todo lo contrario
y que ellos no cometerán los mismos errores; en los discursos todo es de color
claro y de una evidencia que hacen innecesarias las objeciones; incluso se
presenta como un valor positivo lo que, bien mirado, no es más que una muestra
de cinismo: por ejemplo ver cómo la izquierda, que gobierna aliada con la
ultraizquierda, se escandaliza de que la derecha pueda hacerlo con la
ultraderecha.
La ya larga experiencia electoral nos ha
enseñado que no conviene hacer mucho caso de todo esto ni de los sondeos previos,
y no solo por los intereses ocultos que se esconden en la sala de máquinas de
quien los haga, sino por la falsedad, volubilidad o superficialidad de las
respuestas. Sólo una opinión extraída de un proceso reflexivo, apoyado en bases
de conocimiento, merece ser tenida en cuenta. Es la que deberíamos procurar
todos.
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