miércoles, 7 de septiembre de 2022

Tiempo de incertidumbre

Aburre hablar de política. Estamos saturados e intoxicados. Qué pereza. Pero la política se mete en nuestras vidas y las afecta queramos o no, así que no hay más remedio que convivir con ella y aceptar todas las condiciones que nos impone, entre ellas la de aguantar su desagradable cara continuamente. Lo malo es que resulta necesaria. Somos animales sociales y hemos de organizar nuestra convivencia mediante leyes aceptadas por la mayoría para no hundirnos en el caos. Hemos de hacer habitable la polis. Pero cómo.
Está en la naturaleza humana la tendencia a oscilar entre el conservadurismo y el progreso, convirtiéndolos en criterios complementarios, pero la política los ha transformado en dos conceptos antitéticos e irreconciliables, cuando de por sí no son nada el uno sin el otro. ¿Conservador? Naturalmente, porque hay muchas cosas dignas de ser conservadas y ha costado mucho tiempo y trabajo conseguirlas. ¿Progresista? Pues claro, porque el río que nos lleva no se detiene jamás. El problema semántico surge cuando se les convierte en categorías ideológicas y se les aplican valores ajenos para identificarlos con clichés prefabricados. Quizá la palabra progreso no sea fácilmente aplicable en los campos en los que la subjetividad se convierte en esencia y sustancia. Por ejemplo en el arte, que ha de ir a su aire, o en el del pensamiento, de modo que quizá solo quepa hablar de progreso en lo referido a la ciencia y la técnica. Pero cabe pensar que tal vez el verdadero progreso sea el que hace avanzar los ideales éticos, las normas morales, la convivencia y el respeto a los demás, el desarrollo interior del ser humano. O acaso, quién sabe, puede que el progreso no exista y los hechos que tomamos como tal no sean más que puntos de una misma circunferencia.
El panorama actual que nos trae la política no es muy risueño, con una crisis económica en puertas y un Gobierno débil e incapaz de fijar las prioridades de su actuación legislativa y ejecutiva; que se queda indiferente ante el desafío de una comunidad autónoma, cuyos dirigentes proclaman en plan chulesco, que no van a cumplir la sentencia de un alto tribunal.  Un Gobierno que premia a los etarras e indulta a golpistas y a defraudadores siempre que sean de su bando o le apoyen, y cuyos vaivenes en las relaciones con los vecinos del sur nos afectan a todos. Un Gobierno con un ministerio de Igualdad que dicta leyes de contenido sectario o enunciado ridículo, como esa del "solo sí es sí", y otro de Educación que deja a nuestros hijos sin apenas conocimiento de lo más valioso que tenemos: las humanidades. Por supuesto, todos se llaman progresistas. 

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