miércoles, 4 de agosto de 2021

La debilidad de las palabras

Siempre nos faltan las palabras cuando se trata de decir lo que nos parece lo más importante. Los intentos de dar consuelo a quien sufre, la forma de expresar el amor, el miedo ante lo inexplicable, la justificación de algún acto, el dolor del arrepentimiento, todo se escapa de cualquier forma de decir y queda a medias en su significado y a merced de que el otro tenga la cualidad de saber completar lo que no somos capaces de expresar. La palabra no es el invento adecuado para corporeizar sentimientos; falla, no es elástica, rechina, no llega. En ella lo mejor queda siempre excluido y descansa en su fondo. La palabra sólo es perfecta para comunicar en la distancia. Para las presencias es preferible tomar al otro del hombro y decirle: mira, mira aquello y siente, que te comprendo; mírame a los ojos y siente conmigo. Las ideas sólo mantienen su pleno encanto cuando se quedan en su estado de sentimiento. Buscad un pensamiento hermoso, un pensamiento que nazca dentro de vosotros, que nadie haya tenido jamás, que os pertenezca porque atañe tan sólo a vuestra mente. Escribidlo. Lo encontraréis mediocre. El cuerpo que le deis ya no puede alcanzar la perfección de su espíritu, porque las palabras fueron inventadas por el intelecto e inevitablemente se moverán en un registro distinto, sobre todo si se escribe para descargar el corazón.

Lo saben muy bien los escritores cuando  tratan de describir las emociones derivadas, por ejemplo, de una situación amorosa. También aquí, más que nunca, falla la palabra, porque todo se vuelve inefable. Un querer intenso, un alzarse por encima del resto, una proyección exacta sobre el otro, un sentimiento de acierto, un gran acierto. Mejor no exprimir más las palabras. Mejor hacer sentir.

Más acertadamente cumplen las palabras su misión en la otra gran función que tienen, la de servir de soporte al conocimiento y a su transmisión a través del tiempo. De ellas están hechos los depósitos que lo albergan. En las obras capitales del viejo humanismo se encuentra la única sabiduría accesible; incluso la sabiduría de aprender de la sabiduría de los demás. Son éstas palabras desnudas, directas, con afán de ser útiles. Nos resultan necesarias, pero no estremecen ni sentimos ningún temblor por su causa. Las otras quizá se nos aparezcan como fácilmente prescindibles, pero qué placer cuando se da con una expresión plena de belleza, de esas que hay que releer varias veces, y qué satisfacción la del autor cuando remata una frase y la encuentra radiante y luminosa, aunque sea solo para él. Y qué pocas veces ocurre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un artículo para guardar. Como muy bien se titula, no tengo palabras para plasmar la admiración que me causó dicho artículo. Un escritor de verdad.