miércoles, 16 de septiembre de 2020

La censura de ahora

 Seguir la actualidad, aunque sea al nivel tan elemental en que uno la sigue, da para encontrarse con sorpresas de todo tipo, con hechos y palabras difíciles de creer, con una gama variada de situaciones que van desde inquietantes a divertidas, y no digamos de personajes admirables al lado de otros que parecen salidos de un manual de cómo ser un perfecto estúpido. Es que el mundo es muy ancho y ahora en las redes cabe todo y los criterios a la hora de valorar las informaciones han desaparecido y tiene la misma repercusión la opinión de cualquier botarate analfabeto que la del que dedica su vida a la investigación y al estudio de un tema. Entre esa riada de noticias que nos llega continuamente queramos o no, podemos hacer nuestra propia clasificación: las perfectamente prescindibles, que son la mayoría; las importantes de verdad porque son las que nos van a afectar a nosotros, y las indiferentes, que ni nos van ni nos vienen, pero que reflejan sin querer un determinado aspecto de nuestro tiempo. Estas últimas puede uno tomarlas con humor o como un motivo para una reflexión sobre nuestra sociedad y la deriva que le imponen quienes manejan los botones de sus mandos. Es el caso de la que nos llega de Hollywood a cuenta de las delicadas y correctas conciencias de sus magnates. 

 Resulta que los que manejan todo ese inmenso guiñol de los Oscar han decidido que todas las películas que pretendan conseguirlo han de contar con su correspondiente cuota de minorías, no solo entre sus actores sino también entre los técnicos. Como mínimo un 30 por ciento han de ser negros, latinos, asiáticos, polinesios o de otras etnias poco representadas. También deberá tener ese porcentaje de mujeres, homosexuales o de personas "con capacidad diversa". No sé si los gordos, los calvos, los zurdos o los pensionistas protestarán por quedar fuera de tan afortunado cupo. Podrían, digo yo. Pues miren, ahora ya no nos será posible ir al cine con la certeza de ver una historia fiel a su origen, tal como salió de la mente que la creó; por más que lo intentemos, no podremos evitar ver las películas con la sensación de que han sido manipuladas, que una buena parte de los actores y los personajes están allí por cumplir la cuota y que todo es una inmensa falsedad dictada por los guardianes de la corrección política. 

Aquella vieja censura, con el señor de gafas y lápiz en mano acortando escotes femeninos y alargando las faldas casi inspira ternura al lado de estos nuevos calvinos que siempre tienen las hogueras preparadas. En este caso para hacer arder la libertad de creación.

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