miércoles, 2 de septiembre de 2020

El tribunal de los necios

Este escenario pandémico en que vivimos ofrece también aspectos colaterales que, aunque nada tienen que ver con él ni por su origen ni por su materia, contribuyen a aumentar la confusión en que parece sumida nuestra época. Quizá el futuro, que todo lo decanta, pueda explicar en su día lo que ahora solo podemos ver como un tiempo de desconcierto, en el que las únicas referencias que priman son los sentimientos viscerales o los criterios interesados de quienes aspiran a sacar su propio provecho intentando obtener el dominio global de nuestras convicciones. La preocupación por la epidemia y sus terribles consecuencias se entremezcla con otras inquietudes generadas artificialmente, estériles en sus consecuencias, absurdas la mayoría de las veces y sin capacidad para interesar más que a sus fanáticos. Elementos traídos por los pelos, que parecen brotar de repente y con sospechosa unanimidad, sin un motivo que lo justifique, y que tratan de explicarse como un producto de la evolución del pensamiento o de las pautas morales que lleva consigo el paso del tiempo. 
Uno de estos elementos que anda por ahí ahora en primera línea es el revisionismo histórico. No se puede ser progre si no se tiene una opinión negativa de casi todo lo que hicieron los que nos precedieron. Los valores ya no permanecen en el tiempo; los justicieros del pasado tienen tan claro dónde está la virtud que deben condenar y condenan a las tinieblas exteriores a aquellos de nuestros antepasados que hayan hecho algo que no se ajuste a su criterio, el único que vale. Se han erigido en portavoces del veredicto de los siglos y ay de aquel que ose defenderlos. Tendrá que vérselas en el banquillo ante este tribunal de necios. 
Ese afán de ser jueces de hechos sucedidos en otros tiempos da lugar a un vendaval que esquiva la crítica serena y objetiva y arrasa el sentido común, desde gobernantes que dictaminan mediante una ley la memoria histórica que debemos conservar, hasta el desmadre de turbas vandálicas que embadurnan y derriban monumentos y recuerdos de personajes de los que apenas saben nada. A veces, incluso, haciendo gala de sus propias contradicciones. Un ejemplo: el Museo Británico, para "romper amarras con el colonialismo", ha eliminado de su entrada el busto de su fundador, el naturalista Hans Sloane, porque al parecer, en el siglo XVII tuvo alguna relación con el esclavismo. Precisamente este museo, que si eliminara todos los objetos que trajo de sus colonias dejaría vacías la mitad de las salas. Pueden comenzar por la piedra de Rosetta o por los mármoles que Elgin arrancó del Partenón.

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