miércoles, 12 de agosto de 2020

La hora de las cigarras

La marcha del rey Juan Carlos ha despertado las ganas de opinar de muchos que hasta entonces parecían tener sus convicciones adormecidas o simplemente no planteadas. De pronto conocen todas las respuestas, las de las causas y las de las consecuencias. Todo son afirmaciones rotundas, especulaciones, suposiciones y opiniones de tertulia barata que hacen las delicias de las televisiones y de los medios en los que el rigor es menos importante que la audiencia. Una vez más se comprueba lo tornadizo de las promesas de fidelidad y la fragilidad de muchas memorias, dejando al descubierto la verdadera cara de muchos que la tenían oculta y la nueva que otros han estrenado en sustitución de la anterior. 
Politiquillos de tres al cuarto, unos porque se dicen independentistas y alguno porque le sale del moño, aprovechan el remolino para tratar de derribar todo lo que hemos construido; gentecilla que vivió y medró a sus anchas aprovechando el marco de libertades y progreso nacido de la Transición, personajillos de la política que jamás tendrán ni una mención en los libros de historia y que son enanos que se creen gigantes porque contemplan su sombra alargada, esculpen ahora a golpe de martillo, sin haberle siquiera escuchado, la sentencia condenatoria de quien es quizá la figura más decisiva de nuestra historia contemporánea. Ayuntamientos sectarios y vestidos de afán justiciero se apresuraron a dictar una damnatio memoriae y a suprimir su nombre de las vías públicas sin esperar siquiera a que hubiera una investigación. Causa sonrojo oír ahora declaraciones de quienes tienen tantas piedras que esconder, tantos pelotilleos que ocultar y tantos párrafos de hemeroteca que borrar. Asoman su cara los hipócritas que doblaban la espalda en las moquetas y los cobardes de a moro muerto gran lanzada, mientras resuena el silencio de otros cobardes: los que se beneficiaron de sus gestiones y del viento de popa que impulsó sus empresas gracias en buena parte a los contactos de su agenda. 
Si evadió impuestos que se las arregle con Hacienda o con los jueces, como hicieron todos los que defraudaron, que fueron muchos. De los juicios morales que se encargue el que no sepa diferenciar entre las debilidades de lo humano y la categoría de sus actos o que desprecie la proporción entre ambos. Viene bien recordar la fábula aquella de la cigarra que criticaba al buey, que acababa de arar un campo, que el último surco le hubiera salido algo torcido. Y la moraleja: es necio y envidioso "el que a tachar se atreve / en obras grandes un defecto leve". Precisamente la cigarra, el animal más inútil del campo.

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