miércoles, 10 de junio de 2020

Lo que el virus nos dejó

Ante todo nos ha dejado unas treinta mil ausencias definitivas, cada una con su drama añadido por la angustia de imaginar cómo se produjo el tránsito. Una terrible huella que oscurece todas las demás que ha traído consigo este tiempo de dolor y miedo. Eso es lo más evidente que nos ha dejado a cada uno: el miedo, la constatación de que este miedo nuestro es el mismo de antes y de siempre, desde el Paleolítico hasta hoy, a pesar de todas las defensas que hemos ido acumulando contra él. Ahora se nos hará más presente la idea que más fuertemente se ha instalado dentro de nosotros en estos días: la de nuestra fragilidad. 
El virus nos dejó también una secuela de evidencias y contradicciones, empezando por un poso de inseguridad ante el futuro y de temor porque pueda resurgir en otoño. Igualmente nos ha dejado oportunidad y motivo para replantearnos cuestiones que venían de su mano y que quizá sin él hubiéramos dejado pasar. En los largos días del encierro, cuando el exterior no era más que un espacio para contemplar con nostalgia desde una ventana, hubo tiempo para admitir, por ejemplo, la certeza de que estamos a merced del azar y que para el universo tenemos tanta importancia como una oruga. Al mismo tiempo nos ha enseñado a valorar mejor sentimientos como la amistad y las relaciones cercanas; a apreciar más la rutina de las cosas cotidianas; a descubrir la nostalgia como un escudo defensivo ante la agresividad del presente, y a calibrar el verdadero valor de la libertad, eso que por tenerla nunca apreciamos en toda su dimensión. 
Nos dejó, además, la ocasión de conocer a nuestros políticos en su auténtica realidad y a desenmascararlos a través de sus decisiones y de su actitud ante una emergencia general de muerte y dolor. Hemos podido ver quiénes trataron de aprovechar la desgracia para promocionar su imagen pública anteponiendo soluciones demagógicas a las verdaderamente eficaces, aunque más impopulares; quiénes trataron de alzarse con el símbolo de la lucha contra la epidemia mediante un torticero manejo de su imagen y quiénes trabajaron en silencio con el pensamiento únicamente puesto en el bien general; quiénes procuraron actuar en conciencia y quienes echaron mano de engaños y medias verdades. Para quiénes el dolor ajeno no es más que una molesta circunstancia que puede tener reflejo en las urnas; quiénes son los que más recurren a las falacias en sus argumentaciones; quiénes los que más insultan y los que más mienten. Sí, hemos podido ver su verdadera imagen. En momentos de zozobra tiende a aflorar el verdadero rostro de las cosas.

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