miércoles, 6 de mayo de 2020

Se entreabre la puerta

Desde hace tres días el confinamiento muestra un rostro algo más amable. Han entreabierto la puerta de nuestras casas y nos dejan salir por un tiempo y un espacio limitados, que ya es algo. Eso sí, sin juntarse y sin apenas poder entregarse a otro aliciente que no sea el de pasear o andar a carreras. Se han llenado las calles de corredores y de todos esos que odian estar quietos, y de aquellos para los que el confinamiento tenía todas las características de una prisión, pero también de quienes, aun teniendo un espíritu más quietista, echábamos de menos poder moverse a voluntad. Ayuda la primavera, un poco la esperanza de que estemos ya ante el principio del fin y un mucho la gozosa sensación de vivir de nuevo el encuentro con la libertad, y con todo ello parece respirarse en el ambiente un aire de estreno, como si de repente hubiéramos entrado en un tiempo nuevo. Y no es así, claro. Ya se sabe el valor que adquieren las cosas cuando se pierden. 
Pasear, sentir el aire puro, volver a andar por los rincones preferidos de la ciudad, poder pararse a charlar con un conocido que te encuentras en la acera, qué importantes nos resultan ahora esas pequeñas cosas que hasta ayer dábamos por normales y que de pronto alcanzan categoría de valor fundamental. En cualquier adversidad duele más haber sido feliz, dijo el clásico. Teníamos añoranza de la rutina y convertimos en un momento de gloriosa consumación el hecho de reencontrarnos con ella. Después de cincuenta días de reclusión, seguramente cada uno dedicó la primera salida a buscar aquello que más echaba de menos: los espacios abiertos, los sitios donde volver a sentir la caricia del sol, el asomarse al mar o a la montaña, las calles del centro de la ciudad o quizá algún rincón particularmente querido. Yo fui a un parque a ver una pradera cubierta de margaritas. 
Queda el miedo, es inevitable. Se ve en los andares y en los gestos huidizos, y seguramente en las expresiones, si las mascarillas no las ocultasen. Ninguno de nosotros ha vivido una situación como esta, salvo en la lectura de las crónicas y relatos de quienes la sufrieron en otros tiempos, y sí, hay miedo. Miedo a lo desconocido y a lo complejo de este enemigo, a que las decisiones que se toman para luchar contra él no sean las acertadas y a las consecuencias que nos va a traer, pero a su vez podemos convertirlo en una útil compañía. El miedo, si es vigilante y previsor, es madre de la seguridad. Si nos protege de imprudencias que nos lleven a una recaída, bienvenido sea.

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