miércoles, 22 de abril de 2020

Crónica del aislamiento (V)

Trigésimo noveno día de confinamiento. El sol de mediodía calienta ya sin ninguna timidez y parece acentuar la soledad de las calles haciendo notar más su vacío. En un balcón de enfrente una chica lo toma tumbada en una hamaca como si no quisiera desaprovechar su visita; a lo mejor oyó a alguien decir que había que reponer la vitamina D que no se tomaba durante la reclusión. Es la vida improvisada en su adaptación a una nueva realidad nunca conocida hasta ahora, igual que las caminatas de ida y vuelta por el pasillo o el café de media mañana que nos servimos nosotros mismos y tomamos sin charla y sin ruido. Se nos va abril escondidos entre nuestras cuatro paredes, y el virus sigue ahí fuera, amparado en su invisibilidad, o puede que no y tengamos más margen del que pensamos. Esa es la gran cuestión: tener que combatir a ciegas, sin estar seguros de si acertamos en los golpes o gastamos más fuerzas de las necesarias. De momento ha bajado el número de contagios y de muertos, y cada cifra que se reduce es un pequeño destello de luz que se percibe al final de un túnel muy oscuro.
El tiempo detenido es el reino de la memoria. Disminuido el papel de la voluntad, con escasas oportunidades para actuar, y limitado el entendimiento a su labor de siempre, es la memoria la que se erige en dueña de nuestras sensaciones. Nos damos cuenta de que el recuerdo es un buen compañero, el mejor, porque siempre está disponible, y sentimos la necesidad de centrarnos en esas miradas hacia atrás para las que nunca encontramos tiempo, de ordenar esas fotografías en blanco y negro que tenemos en algún sitio, de releer ese libro o volver a ver aquella película que tanto nos gustaron en su momento, de llamar a ese amigo del que hace tiempo que no sabemos nada, de revivir aquel viaje en el que descubriste por primera vez el mundo y acaso el placer de pasearlo cogido de una mano querida. El recuerdo, el único paraíso del que nunca podremos ser desterrados.
Esta reclusión es también el reino de lo virtual: besos y abrazos virtuales, visitas virtuales a museos y monumentos, juegos, saludos y hasta aperitivos virtuales. Es el triunfo de una vida paralela que solo nos es permitido vivir desde la virtualidad, o sea desde la irrealidad vestida de apariencia. Cuánto hemos aprendido en nuestro afán de adaptación a las limitaciones que nunca imaginamos que tendríamos. Da que pensar que esto sea algo más que un ensayo sobrevenido e involuntario de unos nuevos modos de vida que luego entrarán de lleno en la normalidad. Vamos a creer que no.

1 comentario:

jose dijo...

Hay alguna forma más bonita de expresarnos lo que sentimos en esta situación? No. Yo añadiría que además de los placeres que hemos vuelto a descubrir en este confinamiento hay uno destacable: leer este artículo . Gracias