Trigésimo noveno día de confinamiento. El
sol de mediodía calienta ya sin ninguna timidez y parece acentuar la soledad de
las calles haciendo notar más su vacío. En un balcón de enfrente una chica lo
toma tumbada en una hamaca como si no quisiera desaprovechar su visita; a lo
mejor oyó a alguien decir que había que reponer la vitamina D que no se tomaba
durante la reclusión. Es la vida improvisada en su adaptación a una nueva realidad
nunca conocida hasta ahora, igual que las caminatas de ida y vuelta por el
pasillo o el café de media mañana que nos servimos nosotros mismos y tomamos
sin charla y sin ruido. Se nos va abril escondidos entre nuestras cuatro
paredes, y el virus sigue ahí fuera, amparado en su invisibilidad, o puede que
no y tengamos más margen del que pensamos. Esa es la gran cuestión: tener que
combatir a ciegas, sin estar seguros de si acertamos en los golpes o gastamos
más fuerzas de las necesarias. De momento ha bajado el número de contagios y de
muertos, y cada cifra que se reduce es un pequeño destello de luz que se
percibe al final de un túnel muy oscuro.
El tiempo detenido es el reino de la
memoria. Disminuido el papel de la voluntad, con escasas oportunidades para
actuar, y limitado el entendimiento a su labor de siempre, es la memoria la que
se erige en dueña de nuestras sensaciones. Nos damos cuenta de que el recuerdo
es un buen compañero, el mejor, porque siempre está disponible, y sentimos la
necesidad de centrarnos en esas miradas hacia atrás para las que nunca encontramos
tiempo, de ordenar esas fotografías en blanco y negro que tenemos en algún
sitio, de releer ese libro o volver a ver aquella película que tanto nos
gustaron en su momento, de llamar a ese amigo del que hace tiempo que no sabemos
nada, de revivir aquel viaje en el que descubriste por primera vez el mundo y
acaso el placer de pasearlo cogido de una mano querida. El recuerdo, el único
paraíso del que nunca podremos ser desterrados.
Esta reclusión es también el reino de
lo virtual: besos y abrazos virtuales, visitas virtuales a museos y monumentos,
juegos, saludos y hasta aperitivos virtuales. Es el triunfo de una vida
paralela que solo nos es permitido vivir desde la virtualidad, o sea desde la
irrealidad vestida de apariencia. Cuánto hemos aprendido en nuestro afán de
adaptación a las limitaciones que nunca imaginamos que tendríamos. Da que
pensar que esto sea algo más que un ensayo sobrevenido e involuntario de unos
nuevos modos de vida que luego entrarán de lleno en la normalidad. Vamos a
creer que no.
1 comentario:
Hay alguna forma más bonita de expresarnos lo que sentimos en esta situación? No. Yo añadiría que además de los placeres que hemos vuelto a descubrir en este confinamiento hay uno destacable: leer este artículo . Gracias
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