miércoles, 11 de septiembre de 2019

La gloria deportiva

La gloria deportiva es la más temprana y la más difícil de sostener de todas las glorias. También quizá la más explosiva, por su impacto en un momento concreto, y podría decirse que la más inoportuna, porque habitualmente llega en plena juventud, cuando la vida aún no ha permitido madurar los mecanismos de relativización que la sitúe en su lugar justo. La propia naturaleza del deporte hace que la fama, si llega, haya de venir a una edad pronta, en plena juventud, según una ley inexorable que marca la naturaleza. Es, además, una fama efímera, llena en el mejor de los casos de resplandores deslumbrantes, pero tan fugaces que apenas sobreviven a la ocasión que los originó. Las proezas se suceden cada vez en un grado más alto, las marcas se superan en cada prueba, la máquina mediática en seguida vuelve la espalda para arrimarse al nuevo sol que brilla y lo que fue una hazaña bien glosada cae en el olvido, y con ella el nombre de quien la realizó. Llega el vacío.
En torno a los treinta y pocos años, cuando el cuerpo comienza a decir basta y llega la hora de escuchar el último aplauso y de decir adiós definitivo a la emoción de la lucha por el triunfo, aún quedan muchos años de vida por delante, pero ya sin la seguridad de que te van a reservar una mesa en cualquier restaurante y sin ver ninguna alusión ni siquiera una cita en las páginas de la prensa deportiva. Es duro comprobar que el momento ha pasado para siempre y que las nuevas generaciones ya no conocen ni el nombre, si acaso por oírlo como pregunta en algún concurso. Y quizá lo más desolador sea que, a diferencia de lo que ocurre en otras actividades, ya no va a haber jamás la posibilidad de intentar repetir otra hazaña que traiga de nuevo la gloria. Nunca se ha manifestado con tanta brutalidad la dependencia del ejercicio competitivo del deporte del aspecto material del ser humano.
En toda adversidad el infortunio más desgraciado es haber sido feliz, nos dejó dicho uno de esos clásicos. Cuando se ha conseguido todo ya no hay nada por lo que luchar, y si se consigue de joven queda luego una larga travesía en la que acecha el desengaño, la soledad y la incomprensión. Ya se ha dejado de ser un modelo y ahora ese papel ha pasado a otras manos. Cuando eso se combina, como es frecuente, con problemas económicos o con una tendencia depresiva, el resultado suele ser trágico. Hay casos en todos los deportes y en todos los lugares; algunos aquí entre nosotros, que están en la mente de todos: Ocaña, Rollán, Urtáin, Blanca.
Por fortuna son mayoría los que no dan más importancia a sus éxitos que la relativa que tienen y que son en todo momento conscientes de la breve transitoriedad que los acompaña. Que se preocupan de formar en paralelo un castillo interior que luego les prevenga de los ataques de la añoranza de la gloria ya ida y de la frustración del tiempo presente. Una sólida formación, una carrera alternativa que permita el ejercicio en otros campos o una actividad relacionada con el propio deporte, aunque ejercida en un segundo plano y sin ocupar titulares, son los mejores remedios contra la disfunción temporal que trae consigo la gloria deportiva

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gran artículo y un bello homenaje!