miércoles, 7 de agosto de 2019

Ruta por el pasado

Monasterio de Moreruela
Hay viajes para todos y formas de satisfacer cualquier espíritu que salga en busca de emociones, especialmente en este tiempo de verano, en que parece que se afinan nuestros deseos de novedades que rompan la rutina del resto del año. No es preciso alejarse mucho; pueden estar ahí, sencillas y cercanas, pero cargadas de fuerza interior, esa fuerza intensa que solo puede dar el largo paso de los siglos. Sentado en un muro que parece resistir con el vigor que aún le queda la fuerza destructiva del tiempo, uno piensa que en España bien podría crearse una ruta de los monasterios en ruinas. Desde luego, nombres no faltarían. España es una nación de larga andadura y abundantes vicisitudes, y refleja en su cuerpo las huellas de la espiritualidad con la que las hizo frente. En las llanuras solitarias, en lo más oculto de valles aislados, escondidos en las laderas de las montañas o buscando el cobijo de los bosques, a menudo desapercibidos y casi siempre próximos al rumor del agua y alejados del rumor de los hombres, los viejos monasterios nos ofrecen los restos de su pasado esplendor como una invitación a entender un tiempo que nos resulta cada vez más alejado en nuestra comprensión del mundo. Sería tal vez una ruta para espíritus becquerianos o para almas melancólicas; acaso para estudiosos del pasado, sin más, o quizá para quien tuviera como lema aquello de sic transit gloria mundi. Lo que es seguro es que no habrían de faltarle visitantes.
Seguramente sea Moreruela, en tierras zamoranas, el mejor punto de partida en ese camino de búsqueda. Aquí el Císter levantó la obra primera y señera de su presencia en España: el gran monasterio de Santa María. Su templo se concluyó en 1168, aún antes de las abadías de Claraval y Císter. Como casa madre de la Orden, gozó de un poder inmenso sobre cuerpos y espíritus, del que es fácil hacerse una idea con sólo contemplar sus restos. Quedan en pie algunas dependencias monásticas, como la sala capitular, y sobre todo el gran ábside de la iglesia, con su magnífica girola. Es una arquitectura monumental, de asombrosa perfección técnica por su gran complejidad, y al mismo tiempo severa de aspecto, debido a la desnudez decorativa, tan propia del Císter. En el exterior, la gran cabecera se articula mediante un juego de volúmenes escalonados que le dan un aspecto austero y majestuoso, resaltado aún más por la soledad que lo rodea. Las leyes desamortizadoras se encargaron de convertir este inigualable conjunto en el campo de sombra y silencio que es hoy. Aunque, quién sabe, puede que ahora resulte más impresionante. Al atardecer, cuando las cigüeñas ya miran sólo hacia el nido y la luz rojiza del sol agranda los huecos, las ruinas de Moreruela parecen más que nunca la plasmación perfecta del media vita in morte sumus. Por el verano, los campos que rodean el recinto se convierten en un mar de amapolas.
San Pedro de Arlanza, en Burgos, puede ser otra sugerente parada. Allí, en un amplio claro junto al río, se encuentra lo que queda del gran monasterio que vivió días de gloria y poder. Luego, otra vez la Desamortización y la ruina. Y lo mismo en Veruela, Sandoval, Carracedo, Bonaval, Monsalud y otros muchos, cada uno con mil cosas que contar al visitante.

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