miércoles, 21 de agosto de 2019

El fondo del mundo


Atardecer en el mar Muerto

Si algún lugar tiene el privilegio de quedar grabado en la memoria del visitante con afán de permanencia es esta enorme hondonada desnuda, en cuyo fondo se aposienta el lago más extraño del mundo: el Mar Muerto. Nada aquí es normal. Este es el punto más hondo del planeta, a 400 metros bajo el nivel del mar, la masa de agua más salada y la mayor extensión sin vida de toda la Tierra. Un litro de su agua pesa 1.275 gramos, lo que le da una densidad tal que hace que los cuerpos floten como corchos. La tópica imagen de un bañista leyendo el periódico tumbado en su superficie es real. No tiene más aportes de agua dulce que unos cuantos arroyos que sólo tienen agua cuando llueve y la mísera contribución del Jordán, que el pobre poco puede dar. En realidad, se trata de un lago de 75 kilómetros de longitud, hundido en una gran depresión y rodeado por un paisaje de laderas desoladas. Un lugar extraño, bien conocido por la Biblia, en la que aparece casi siempre asociado a dramáticas historias, incluyendo la destrucción de Sodoma y Gomorra. Hoy este mar sin vida, centro de un entorno sobre el que parece flotar la sombra de alguna maldición, se está tratando de convertir, tanto en su parte jordana como en la israelí, en un centro de atracción turística, aprovechando su singularidad y, sobre todo, las cualidades de sus aguas; de sus fondos se extrae barro para conservar la piel joven, y con sus sales se elaboran jabones y productos de belleza muy apreciados. Las playas son de arena dorada, muy fina, y algunas están acondicionada para que el visitante disfrute en lo posible de ellas: una pasarela que sortea las afiladas rocas, tumbonas, parasoles y, algo muy importante, una manguera de agua dulce para lavar rápidamente los ojos en caso de que entren en contacto con el mar.
Las quietas aguas brillan con un azul intenso bajo el sol de la mañana. Desde la costa oriental se ven perfectamente en la orilla opuesta los caseríos de Jericó y, algo más allá, Jerusalén y Belén. El mar está totalmente quieto. Es una insólita experiencia vivir su presencia: su turbadora quietud, su aspecto oleaginoso, denso, profundo, muerto. Ni una embarcación, ni una onda en su superficie, ni un ave que vuele sobre él. Esto es el fondo del mundo y el reino de la sal, donde nada se mueve, ni la brisa. A veces se rondan los 50º y el sofoco casi impide respirar. Qué lejos parece todo en este paraje que difumina todas la sensaciones que nos unen a la normalidad de nuestro entorno habitual, qué ajenas las percepciones de siempre y qué extrañas divagaciones surgen sin pretenderlo sobre nuestra relación con el planeta que habitamos.
Apenas caída la tarde, el sol comienza a hundirse rápidamente sobre las montañas lejanas, iluminándolo todo con una luz dorada que parece que sólo puede darse aquí. El día se despide con un adiós misterioso, como no podía ser de otra forma. La inmóvil superficie de las aguas se vuelve aún más inquietante. Lo mejor es sentarse en una roca a sentir este mar, envuelto ahora en una profunda negrura en la que el único signo de normalidad son las estrellas, que aquí parecen brillar como en ninguna otra parte.

No hay comentarios: