miércoles, 14 de agosto de 2019

La chuleta y el clima

Ahora que los agoreros de la ONU nos aconsejan mirar bien lo que comemos, o sea, que comamos lo que ellos nos digan, que para eso son los que más saben, casi dan ganas de apartar a un lado la tapa de la caña y decirle al camarero que nos la cambie por una hojita de perejil. Que si seguimos comiendo lo que nos dé la gana acabamos con el planeta, que ya está bien de tanta carne, que las vacas, aunque ellas no lo sepan, tienen mucha culpa de esto, que la ganadería ocupa muchas tierras y que con todo eso estamos subiendo la temperatura de nuestra única casa que no sé a dónde va a llegar. Así que cada vez que comamos una chuleta hemos de hacer un acto de contrición y sentir un intenso arrepentimiento con propósito de enmienda. La carne es el arma destructiva del clima, o al menos una de ellas. O sea, menos jamón y más repollo, si no queremos tener veranos tan calientes.
Esto del cambio climático parece haberse convertido en el gran pretexto para justificar todo tipo de imposiciones, ideologías y decisiones; fíjense, hasta para dictarnos lo que hemos de comer o no. Que se está produciendo es evidente; que nosotros tengamos algo que ver es más dudoso. En sus cuatro mil millones de años de existencia la Tierra ha vivido en un continuo cambio climático. A un período glacial intenso sucedía otro de calentamiento, y ahora estamos en uno de esos períodos tras la última glaciación, la würmiense. Vivimos en un período interglacial, y por tanto de calentamiento. Decir que somos nosotros los causantes es atribuirnos un poder que seguramente no tenemos. Nos creemos más de lo que somos. ¿Los humos y gases contaminantes? Hay teorías que afirman que nuestro planeta tiene capacidad para regenerarse a sí mismo y que sus propias emisiones forman parte de ese proceso; desde luego, la actividad volcánica a lo largo de tantos millones de años lanzó y lanza más gases a la atmósfera que toda nuestra acción humana, y aquí seguimos. No parece creíble que, aun en el caso de que lográsemos eliminar toda actividad humana se detuviera el proceso de calentamiento global. O sea, que el clima ha hecho siempre lo que le dio la gana en este planeta desde el primer momento hasta ahora, y quizá no debamos creernos tan presuntuosos como para afirmar que tenemos capacidad para modificarlo de modo esencial.
Como es verano y uno suele aprovechar estos días para releer a algunos autores, se reencuentra esta vez con Stuart Mill, que ya en su tiempo sacaba una conclusión: que vivimos una época en que el individuo está sometido a la dictadura de una sociedad que nos dicta la normalidad, nos esclaviza a sus opiniones y nos fija las normas de nuestra vida, y todo por nuestro propio bien, que conoce mejor que nosotros mismos; y ya no es solo el gobierno el que dirige nuestras vidas, sino la opinión pública, que se convierte en una verdadera tiranía que anula la libertad de pensamiento y de expresión. Parece que seguimos en ese punto.

No hay comentarios: