miércoles, 19 de junio de 2019

Asturias, nueva etapa

La circunstancia de un cambio en el más alto sillón de nuestro gobierno puede ser un momento propicio para tender una mirada a nuestra comunidad y hacer una serena reflexión en torno al momento y a nosotros mismos. Si siempre esto es bueno en el plano individual, quizá lo sea aún más en el colectivo, porque las causas son más complejas y requieren un análisis más riguroso. Una sociedad inteligente, que a la vez sea sincera y que tenga valor suficiente para renunciar a la engañosa apariencia de que la vida sigue alegre y confiada, aprovechará ese momento para iniciar un autoexamen, sin punto de partida previo alguno ni límite de llegada, buscando tan solo las causas, por sesgadas y lejanas que parezcan, porque sabe que estas causas se hallan en su propio seno y no en otro.
En los momentos actuales de nuestra región, cuando una negra sombra en torno al presente inmediato, aunque tenga algo de irracional, parece invadirlo todo, cuando la ilusión por el futuro está dejando su sitio a la preocupación por la mera supervivencia, cuando apenas parece haber más horizonte para nuestros jóvenes que la búsqueda de nuevos aires y para los que no lo son tanto la mano amiga del presupuesto público, cuando un ciclo productivo parece acercarse definitivamente a su fin, cuando nuestros pueblos y aldeas se despueblan y ni siquiera tenemos asegurado el relevo generacional, sería bueno participar en una reflexión colectiva sobre nosotros mismos, sobre lo que somos, tenemos y podemos, con palabra serena y el ánimo abierto a cualquier conclusión. Por supuesto, lejos de cualquier apriorismo partidista. Ahora que tenemos nuevos alcaldes y un nuevo gobierno es un buen momento para recordarles que de su capacidad y trabajo depende más que nunca el futuro de nuestra región. Es la hora de los técnicos imaginativos y de los políticos valientes, que encuentren y den forma material a las soluciones, que, por supuesto, las hay. Descubrir las potencialidades de una tierra aún joven, relativamente poco exprimida y razonablemente bien conservada en sus aspectos básicos, parece ser ahora el reto inmediato. Buscar caminos de apertura a un tiempo nuevo y no caer en empeños improductivos y sin sentido, como la oficialidad del bable o absurdas incursiones por los terrenos de la falsa modernidad.
Pero tal vez todo dependa de una acción interna, previa e indispensable para fecundar las voluntades: la reforma de nuestra conciencia social. Un impulso regeneracionista común, que empequeñezca hasta reducirlas a la nada las fatuas ruindades particulares, los politiqueos de alcoba y los dogmas de patio de vecindad. Un basta ya de cubrir nuestras debilidades con el argumento de que las otras comunidades, el resto de España, tiene una deuda permanente con nosotros. Un propósito de mirar hacia objetivos de altura sin ceder a la tentación de nacionalismos falsos y absurdos, que no conducen más que al espíritu de tribu y, por tanto, a la castración de nuestras mejores posibilidades. Al fin y al cabo, con sombras y claros, esta es nuestra tierra, y su camino nuestro camino, salvo que en nuestra aventura personal se encuentre el buscar nuevos sentimientos.

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