miércoles, 10 de abril de 2019

Tiempo de información

La llegada del tiempo primaveral es un buen pretexto para hacer esa escapada que estábamos pensando, y una escapada es un buen pretexto para zafarse, siquiera por un momento, de la actualidad. La actualidad viene a ser como ese pariente que, si tratas de conocerlo a fondo y estar al día de sus cosas te amarga la vida, y si decides prescindir de él no puedes evitar la sensación de que te estás perdiendo algo que te resulta conveniente conocer. En realidad se trata de un concepto nada definido, carente de materia interna; lo que llamamos actualidad no es más que lo que los medios de información establecen como tal. Somos sus rehenes, en la medida que queramos serlo, claro, aunque cuesta mucho zafarse de ella; estamos ante una inmensa máquina generadora de negocio que alimenta muchas cuentas de resultados, y nada tiene de extraño que uno de los modos de aumentarlos sea la sobreactuación. Ante ello, el receptor tiene sus recursos: la selección de la fuente, el análisis crítico, la mirada displicente o una despreocupación más o menos total; al fin y al cabo poco podemos hacer por modificarla.
Cada día nos inunda un torrente de información relacionada con la actualidad difícil de digerir y aún más de dejar reposar, pues ya no hay nada más efímero que una noticia, pero la impresión que deja en su conjunto es un regusto amargo y poco esperanzador. Acaso sea falso, puede ser, pero es como nos llega. Parece que para ser buen periodista es necesario informar siempre de lo más negativo, pronosticar lo peor, obviar todo lo que nos pueda traer un suspiro de orgullo o satisfacción. La mayoría de los medios, en eso siempre hay alguno que destaca, parecen disfrutar con su labor autoflagelante. Ver un telediario se ha convertido en una prueba de fortaleza mental y anímica; el espacio que deja libre la bambolla política lo ocupa un desfile de noticias que retratan lo más mezquino y miserable del ser humano como si solo existiera eso: la violencia, el crimen, la estafa, el abuso, la mentira, y con ello se configura la actualidad día tras día. Ninguna noticia de esperanza, ninguna que traiga una brisa amable, ninguna portadora de una mínima razón para el optimismo. Es como si el pesimismo diera un marchamo de seriedad y credibilidad. A los hechos más insignificantes se les da un carácter de noticias trascendentes y se convierten las tonterías más absurdas en titulares. Un estornudo de un catalán es una noticia mil veces más importante que una pulmonía en otro sitio, un simple ataque verbal a algunos colectivos se convierte en huésped destacado de todas las columnas, y así es con todo lo que se refiere a cualquiera de los ismos de la progresía. En los diarios digitales los titulares son aún más aparatosos: nos dicen, por ejemplo, que la frase de no sé quién está haciendo arder las redes, y luego, si uno pica y la busca, se encuentra con una estupidez que da vergüenza ajena.
Sé de alguien que cree que la mayor sabiduría en estos tiempos consiste en acertar a espigar en la información y en no hacer mucho caso de la opinión. Y en aprender a zafarse de ellas de vez en cuando.

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