miércoles, 13 de febrero de 2019

La peor pérdida

Lo último que los catalanes que sientan de verdad su tierra van a perdonar a sus actuales dirigentes es el desierto de afecto que han dejado detrás de sí. Cuando todo esto termine y la sensatez se recupere y haga que todo vuelva a su cauce de normalidad, cuando por fin todo este delirio se vaya desvaneciendo por la lógica de la realidad hasta que no se vea más que como una pesadilla de esas que a veces ennegrecen la Historia, se darán cuenta del estropicio que han causado en los sentimientos del resto de españoles hacia ellos. Desde luego, tendrán mucho más que ver: la reducción del tejido empresarial a causa de la fuga de miles de entidades en busca de acomodos más seguros y estables; la pérdida de la ocasión de ser sede de organismos europeos afectados por el 'brexit'; la dificultad para atraer eventos internacionales; la caída del producto interior bruto y el aumento de la deuda; el desplome de la valoración de las agencias de calificación de riesgo, que la consideran bono basura, con lo que le impiden acudir a los mercados, de modo que su único modo de financiarse es a través del bolsillo de todos los españoles. Sin embargo, con ser mucho, no es eso lo peor; casi todo esto puede tener un carácter coyuntural y ser reversible a corto y medio plazo. Mucho más difícil será remediar el desgarrón afectivo que se ha abierto con el resto de los españoles y, aún más, entre los mismos catalanes.
Hubo una Cataluña querida y admirada por su capacidad para adaptarse exitosamente a todas las circunstancias, tanto económicas como sociales y culturales, que los tiempos traían. Una Cataluña que era vista como ejemplo de laboriosidad y carácter emprendedor, generadora de trabajo, poco dada a ensueños mitológicos que se salieran del ámbito de las cuentas de resultados. La Cataluña que ejercía de vanguardia cultural en España, como centro de atracción de escritores, artistas e intelectuales. Sus éxitos eran los de todos, porque la sentían como suya. La Cataluña del 'seny', apreciada y envidiada por el resto. Pero todo era endeble; el ejemplo de antes se ha convertido ahora en el modelo a no seguir. Bastó que una pandilla de iluminados agitaran el señuelo de un Camelot edénico y se inventaran una historia a propósito, para que el 'seny' mostrara que no era tal y su ponderado sentido común tampoco. A pesar de que no es justo tomar la parte por el todo, es un hecho que Cataluña y lo catalán han perdido el afecto de muchos españoles. Sé de algún fervoroso hincha culé que ha pasado de emocionarse con las victorias del Barcelona a alegrarse con sus derrotas. 
El daño que estos tipos, salidos de las páginas más cerriles de la crónica política, han infligido a sus conciudadanos y a la imagen de Cataluña en el resto de España ha sido enorme, y viene a ser la enésima constatación de la tendencia de los catalanes a seguir a cualquier flautista sin medir las consecuencias. Gaziel, un catalán que conocía bien a los suyos, lo resumió con claridad: "El catalanismo es el jugador que siempre pierde. Todo indica que no se trata de un jugador desdichado, sino de un mal jugador, cosa muy distinta. Sólo hará falta que se coloquen silenciosamente detrás de él, a ver cómo juega. No tardarán en descubrir que lanza espadas cuando debería lanzar oros, y envida cuando hay que pasar, y no acierta ni una. Pues bien, ese tipo de jugador es Cataluña".

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