miércoles, 5 de septiembre de 2018

De amarillo

Pues sí que han acertado los cerebros de la turra de Torra eligiendo el amarillo para pedir la libertad de sus compadres presos. Pero hombre, si el amarillo es el color asociado desde siempre al lado negativo de lo que nos rodea; si apenas hay entidad ni ámbito natural o humano que lo puedan presentar con sólidas connotaciones positivas, como no sean el oro y el sol. Color primario, sí, señalético y bien visible, también, pero cuánto hace porque escapemos de él. En el ámbito europeo es el color de la envidia y la cobardía, y en casi todo el mundo el de la traición y el narcisismo; el del azufre, el absurdo y la locura. Amarilla se llama la prensa que solo vende sensacionalismo y amarillos a los sindicatos vendidos al patrón; amarilla es una fiebre tropical y la cara de los enfermos del hígado; amarillo es el color que da mal fario a los actores, que jamás lo vestirán, y amarillo es uno de los avisos de la naturaleza: cuando vea un animal amarillo, cuidado con tocarlo; es posible que sea venenoso. Amarilla también era la estrella con que se señalaba a los judíos antes de meterlos en los trenes. A lo mejor, por eso a los de los lazos de ahora algunos les llaman lazis. También estos son excluyentes, pero, al revés que los otros, excluyen a quienes no los llevan.
La moda de los lacitos tiene el sentido de hacer visible algo que por sí mismo pasaría desapercibido; una llamada de atención hacia un problema olvidado por minoritario o porque ocupa un escaso espacio en la sociedad: una cierta enfermedad, una necesidad de algún determinado grupo social de poca visibilidad, un recuerdo, alguna situación penosa de escasa relevancia para la mayoría pero doloroso para quienes lo padecen. Humildes presencias en las solapas de las personas de bien, siempre por causas nobles y ajenas a toda conveniencia partidista. Hasta ahora. Ahora los han prostituido. Lo que era un signo solidario y bienintencionado que unía voluntades en favor de una minoría necesitada, ha sido convertido en el emblema de una preocupante fractura social, en causa de discordia y de enfrentamiento entre vecinos.
Con su amarillo a cuestas y su absurda presencia en los sitios más inadecuados, estos lazos sí resultan simbólicos, ya lo creo. Simbolizan el fanatismo nacido de una ignorancia deliberada de todo aquello que echaría por tierra el edificio de la gran falsedad de la historia inventada. Simbolizan la inmensa mentira de llamar presos políticos a quienes son simplemente unos políticos delincuentes. Simbolizan la pretensión de una superioridad autoatribuida y de un supremacismo carente de todo argumento racional, que trae ecos de triste referencia. Simbolizan el fin de un anuncio de neón, la evidencia de la cuesta abajo de una sociedad que se tuvo en otro tiempo por modelo de pragmatismo y modernidad en fecunda mezcla, y por avanzadilla del progreso, de la creatividad y del buen sentido. Cuánta exageración y cuánto papanatismo ha habido siempre por parte de algunos en estas miradas. Ahora todo ha quedado a la luz. Camelot era solo un espejismo, pero sus señores no; esos eran y son una penosa realidad.

1 comentario:

Jesús Ruiz dijo...

Y a todo esto con un okupa en La Moncloa.