miércoles, 20 de junio de 2018

El Mundial

Ya estamos otra vez en tiempo de Mundial para gozo de millones de aficionados futboleros y ganancia de monopolios televisivos, prensa deportiva, agencias de viajes, bares de caña y televisor y de esos medios que buscan siempre sus titulares en las polémicas más insignificantes. Es el Mundial de fútbol, por supuesto, el Mundial por antonomasia; es un adjetivo que aquí ha alcanzado categoría de sustantivo para designar exclusivamente al campeonato cuatrienal de fútbol en el que participan países de todos los continentes. Hay otros Mundiales, pero siempre son de algo; solamente este no precisa complemento alguno.
El fútbol, tomado como deporte, debe de ser la disciplina que más entendidos tiene y la que cuenta con más expertos, según parece por lo que se oye en cualquier reunión, pero lo que supone como fenómeno configurador de emociones masivas resulta un hondo misterio sin explicaciones claras. Unos hombres con una pelota en un campo y millones de sentimientos desatados, a veces hasta el límite, en un ámbito en el que todo es desmesura, desde las cifras a las palabras. Un juego al que se le han conferido conceptos épicos y dotado de terminología guerrera; aquí hay combate, estrategia, defensa y ataque, disparos, capitanes y hasta la idea suprema de toda lucha: la de que de su resultado depende el honor patrio. Puede, y así lo ha hecho en numerosas ocasiones, levantar la dignidad de una nación al dotarla de un motivo de orgullo del que carece en todos los demás campos, y de ahí la atención con que lo han mirado muchos dirigentes políticos. Otros lo utilizan para sus propios fines, a veces de forma tan descarada que cae en la obscenidad, incluso en gobiernos que se tienen por democráticos. Aquí en España basta recordar cómo se rotuló un gol de la selección en un partido del Mundial de 1986, a cinco días de las elecciones. ¿Qué tendrá este espectáculo, de concepción tan infantil, para exaltar los pensamientos más equilibrados hasta la hipérbole y convertir en borrosa la línea que advierte de la caída en el ridículo? Cuántas sandeces se han escrito bajo la penumbra de no se sabe qué nube de pasión. Por ejemplo la de Alberti sobre un tal Platko, un portero húngaro que debió de agitarle la emoción lírica y le dedicó una oda de gran visión profética: "Nadie se olvida. / El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan... / No, nadie, nadie, nadie, / nadie se olvida Platko." O aquella otra de Benedetti, que elevó una infracción de Maradona a la categoría de sexta y definitiva vía tomista: "Aquel gol que hizo a los ingleses con la ayuda de la mano divina es, por ahora, la única prueba fiable de la existencia de Dios". De Zarra se dijo que era la mejor cabeza de Europa después de la de Churchill, y hay por esos mundos locutores que parecen entrar en un teofánico trance verbal, hasta agotar todos los registros del idioma, por un simple pase de su ídolo.
El fútbol es, quizá, misterio, emoción y hasta retazos de arte que se deshacen en el instante para permanecer tan sólo en el recuerdo y luego en la leyenda. Pero sobre todo es pasión instantánea que se reaviva constantemente sin necesidad de ningún estímulo, acaso el único fenómeno capaz de aglutinar pasiones planetarias en un denominador común. Esta tarde buena parte del país se detendrá para ver a los nuestros pelear contra los iraníes. Esto es fútbol, eso que alguien definió como la bagatela más seria del mundo.

1 comentario:

Jesús Ruiz dijo...

Sólo entiende mi locura quien comparte mi pasión, no se explica ni se entiende, sólo se vive y se siente.