miércoles, 13 de junio de 2018

Nuevo gobierno

Siempre que se produce un cambio de gobierno, sobre todo si es tan sorpresivo como este, se levanta un clima de expectación y de esperanza, incluso en los que se creen inmunizados contra ella por el escepticismo, aunque es más en los medios que en la calle. Y si además se nos presenta con peculiaridades que nos quieren hacen ver como novedosas y con dos o tres llamativos aderezos, más cercanos a lo pintoresco que a lo esencial, esa sensación de espera expectante se refuerza. Será breve, eso sí, porque toda burbuja es efímera, porque la realidad jamás se esconde ni deja de imponerse, porque pronto asoman las cuentas a saldar y las prestaciones a exigir y porque al día siguiente se muestran ya las debilidades de los nuevos miembros del gobierno y las primeras tonterías que dicen. El catálogo de ellas comienza a llenarse allí mismo; incluso hay alguna ministra que ya lo trae medio lleno de una etapa anterior. Pero mientras dura el corto idilio entre la sociedad y sus nuevos dirigentes, todo tiende a alimentar un razonable clima de optimismo y un cambio en las actitudes críticas de uno y otro signo. Los mismos que pedían el cielo al gobierno anterior para descalificarlo porque no se lo daba, se vuelven de repente razonables en sus exigencias y cantan como un ejemplo de buen quehacer cualquier decisión insignificante que apenas afecta a nadie. Se ve fácilmente en los medios. Algún periódico vuelve a recuperar ese carácter de oficioso diario gubernamental que tenía y a resucitar sus editoriales ditirámbicos, mientras otros comienzan a economizar palabras elogiosas y a agudizar su espíritu más crítico.
Al final todo volverá a su sitio y quedará envuelto en la rutina del vivir diario, como siempre, y aflorarán pronto otra vez las quejas y las reivindicaciones de casi todo, por insignificante que sea, y se callarán los motivos para estar satisfecho del país y la sociedad en que vivimos, que son muchos y fuertes. Somos un pueblo que no se acostumbra al sosiego durante largo tiempo. Tampoco a la tormenta, pero sí a un oleaje constante que nos permita sacar a flote las pequeñas tensiones, como si los principios contrapuestos de la continuidad y el cambio fuesen el motor con que tratamos de caminar hacia el progreso como sociedad. Un nuevo gobierno es una esperanza efímera, que pronto será objeto de críticas, incluso suponiendo que no tenga entre sus objetivos acabar con todo lo positivo que haya hecho el anterior, que no sé si será este el caso. Algunas promesas hay por ahí que mejor sería que fuesen repensadas.
No le va a ser fácil mantener ese aire de buena intencionalidad primeriza durante mucho tiempo. En la práctica, la legitimidad de acción de un gobierno nace de la sensación generalizada de que es el que han decidido los ciudadanos, y aquí nadie ha elegido a nadie. Con tan precaria situación parlamentaria, sin programa que cumplir y con tantos pies amigos que evitar pisar, toda su acción de gobierno tendrá que moverse probablemente en la superficialidad de los gestos y en aprovechar, sin que lo parezca, la estela del anterior, al menos en lo que pueda beneficiarle. Lo demás se quedará en declaración de intenciones.

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